En la mayor democracia de América Latina, los cargos de poder político todavía parecen casi exclusivos para hombres.
Brasil vuelve a rozar 50.000 casos diarios de COVID-19 y aun espera la vacuna
Se trata de Brasil, donde las mujeres son más de la mitad de la población y del electorado, pero tienen las tasas más bajas de la región en puestos de gobierno, alcalde o legislativos.
La señal más reciente de este fenómeno surgió en las elecciones municipales que concluyeron el domingo: apenas uno de los 25 alcaldes electos de capitales estatales es mujer.
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Hay otros datos elocuentes.
En el gobierno del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, sólo dos de los 23 ministros son mujeres, y en el Congreso apenas 15% de los escaños de diputados corresponden a este género.
Por esto, un informe de la ONU Mujeres y la Unión Interparlamentaria ubicó este año a Brasil en el lugar 154 del mundo según el porcentaje de mujeres con cargos ministeriales y 140 según el de mujeres en los parlamentos, detrás de países como Afganistán o Jordania.
En América, el único país continental que quedó abajo de Brasil en ambos rankings es Belice, que tiene como jefa de Estado a la reina Isabel II, mientras naciones insulares como Haití o San Vicente y las Granadinas también figuraban con porcentajes menores de mujeres en el Parlamento.
El caso brasileño contrasta con la reciente reducción de la desigualdad de género en gabinetes y congresos que han logrado varios países latinoamericanos, algunos de los cuales subieron a las primeras posiciones de los rankings mundiales.
Brasil “tiene un rezago importante en la participación” femenina en política, dice Alejandra Mora Mora, secretaria ejecutiva de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM), a BBC Mundo.
Pero, ¿por qué ocurre esto en un país que hace una década eligió a su primera presidenta?
“La diferencia”
Brasil tiene cuotas para las mujeres en política, una medida que la región incorporó desde la década de 1990 para corregir la histórica prevalencia masculina en cargos electivos.
Pero otros países latinoamericanos implementaron en los últimos años reformas específicas para avanzar hacia la paridad de género, lo que permitió por ejemplo a México o Bolivia tener cerca de la mitad de sus congresos integrados por mujeres.
“Quienes se quedaron en las cuotas son los países que tienen el mayor rezago en términos de participación de las mujeres”, señala Mora Mora.
“Los países todos están haciendo cosas en relación con el género”, sostiene. “La diferencia está en un parlamento fuerte que saque una ley fuerte, que le ponga sanciones y mecanismos, y que las mujeres se apropien de ese instrumento”.
La ley brasileña indica que las mujeres deben tener una cuota mínima de 30% de las candidaturas a cargos electivos, y la justicia estableció que los partidos deben distribuir sus recursos de campaña de forma proporcional entre géneros.
Esto ha aumentado las candidaturas femeninas en Brasil, que alcanzaron un récord en las elecciones municipales de este mes, pero ha sido insuficiente para garantizar un incremento importante en el porcentaje de mujeres en cargos políticos.
Los expertos señalan que muchos partidos brasileños han buscado eludir las cuotas, por ejemplo con el uso de candidaturas artificiales de mujeres que nunca llegan a ser electas.
“Mucho peor”
Cuando la primera mujer presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, fue sometida a un juicio político en 2016, ella y sus seguidores sostuvieron que la idea de destituirla estaba vinculada a su género.
Sus adversarios lo negaron y señalaron que el impeachment respondía a que la presidenta había maquillado de forma ilegal el presupuesto gubernamental.
Lo cierto es que después de la caída de Rousseff, sus dos sucesores tuvieron gabinetes más masculinos (y más blancos).
Al asumir el gobierno de Brasil en 2016, Michel Temer nombró 24 ministros hombres y ninguna mujer, una ausencia que el país no registraba desde la década de 1970, en pleno el régimen militar.
Actualmente una de las dos mujeres del gabinete de Bolsonaro es Damares Alves, una abogada, pastora evangélica, contraria al aborto y crítica del feminismo, que es ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos.
La otra es Tereza Cristina, ministra de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento.
“Dilma (Rousseff) sufrió mucho machismo al final de su gobierno y hoy estamos en un gobierno de extrema derecha: hasta la ministra de las mujeres es conservadora”, dice Débora Thomé, una politóloga de la Universidad Federal Fluminense coautora del libro “Mujeres y poder”, a BBC Mundo.
Sin embargo, descarta que Brasil sea un país más machista que otros en la región.
Algunos indican que, más allá de la política, las brasileñas han progresado en el ámbito laboral y empresarial en años recientes, aunque persisten desigualdades con los hombres y ahora la pandemia afecta laboralmente más a las mujeres.
Thomé cree que el coronavirus también complica la continuidad de las manifestaciones en las calles de Brasil por derechos de las mujeres, que cobraron impulso tras el asesinato de la concejala Marielle Franco en 2018, la elección de Bolsonaro y un aumento de los feminicidios el año pasado.
Pero señala que están aumentando los reclamos de mayor paridad en el Congreso, mediante una ley que a su juicio sería el próximo paso de la lucha por la participación femenina en la política brasileña.
De hecho, el 15% de mujeres que hay en el Congreso de Brasil está muy por debajo del 31% promedio en toda América.
“Al final”, advierte Thomé, “lo que se puede decir es que el caso de Brasil es mucho peor que sus vecinos”.
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