El 17 de octubre, un misil israelí impactó en un hospital de Gaza y mató a 500 personas inocentes. La noticia llegó a las redes sociales y fue rápidamente recogida por “The New York Times”, “The Wall Street Journal” y otros medios de comunicación. Los funcionarios, presionados para hacer comentarios, se vieron obligados a reaccionar. Justo antes de que el presidente estadounidense, Joe Biden, comenzara un viaje a Medio Oriente con la esperanza de evitar una escalada del conflicto y una ampliación de la guerra, el líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, respondió a la terrible noticia cancelando su reunión programada con el mandatario de EE.UU., y el presidente de Egipto, Al Sisi, y el rey Abdullah de Jordania siguieron rápidamente su ejemplo.
Y, sin embargo, la historia era falsa. Hubo una explosión en el estacionamiento del hospital. Fotos posteriores revelaron poco más daño al hospital que ventanas rotas. La cifra de víctimas fue inventada por Hamas, un grupo terrorista que lucha por su supervivencia. Un análisis forense sugirió más tarde que la explosión probablemente fue causada por un pedazo de misil disparado desde el interior de Gaza hacia Israel, aunque ese hallazgo sigue siendo objeto de disputa. Para cuando los medios de comunicación comenzaron a corregir su primer error, muchos gobiernos ya habían condenado públicamente a Israel por los ataques, las muy esperadas reuniones de mediación de Biden habían sido canceladas y las manifestaciones antiisraelíes estaban en pleno apogeo en todo Medio Oriente y en algunas ciudades europeas y estadounidenses.
Los palestinos también han sido víctimas de información falsa. Una historia sobre la decapitación terrorista de 40 bebes israelíes, ampliamente difundida y repetida, tuvo que ser retractada. Pero no fue hasta que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el presidente de EE.UU., Joe Biden, repitieron públicamente la historia como un hecho. El ataque terrorista real contra ancianos, niños y bebes israelíes fue lo suficientemente horrible, pero las afirmaciones aún más impactantes de decapitaciones resultaron ser las más virales. También fueron los más dañinos cuando la Casa Blanca y más tarde el Gobierno Israelí vieron que necesitaban retractarse de esa acusación por falta de pruebas.
No hay nada nuevo en el uso de la información errónea, el uso de datos incorrectos creyendo que son reales, y la desinformación, que es la distorsión deliberada de la verdad para obtener beneficios políticos o materiales. Todas las guerras que se han librado han tenido su cuota de información errónea. Pero, hoy en día, la inyección diaria de falsedades en el torrente sanguíneo público, a menudo intencionada, ocurre mucho más rápida y fácilmente que en el pasado. En un entorno de redes sociales donde abundan los “periodistas ciudadanos” que publican y comparten mala información y que compiten con las organizaciones de noticias acreditadas, su trabajo es amplificado por algoritmos que promueven la información más provocativa y polarizadora, y los lectores no saben qué creer.
Las redes sociales reenvían historias no verificadas a cientos de millones de personas en tiempo real y los medios de comunicación convencionales amplifican historias que merecen un escrutinio mucho más cuidadoso. La mayoría de los usuarios, enfrentados a versiones contradictorias de los acontecimientos, opta por aceptar fuentes de información que les dan la visión del mundo que quieren aceptar. Por eso la demanda de desinformación en nuestra sociedad está aumentando. Demasiados consumidores de noticias no quieren que se cuestionen sus valores y creencias. Quieren una confirmación de sesgo, no una búsqueda de la verdad.
La “niebla de la guerra” siempre facilita la difusión de información falsa, pero el conflicto entre Israel y Hamas y la guerra en Ucrania son las primeras grandes guerras libradas en la era de las redes sociales. Sabemos que los consumidores promedio de noticias en Rusia, China y otros países con relaciones amistosas con Moscú tienen una comprensión muy diferente tanto de las razones de la invasión rusa como de la forma en que se ha desarrollado la guerra, en comparación con los espectadores de noticias en Europa, EE.UU., Japón y sus aliados. Un lado cree que Rusia quiere librar a Ucrania de los nazis. El otro cree que Rusia quiere librar a Ucrania de los ucranianos. Pero la proliferación de información falsa, ya sea inadvertida o deliberada, está aumentando en todas las regiones del mundo, alimentando la ansiedad, el miedo y el odio.
Esta tendencia es especialmente preocupante para los países que enfrentan ese otro momento de intensa polarización: la temporada electoral. En el 2024, los votantes de 40 países, que representan más del 40% de la población mundial y el 40% de su PBI, elegirán nuevos líderes, según el portal Bloomberg Economics. El año comienza con unas elecciones de alto riesgo en Taiwán en las que al Gobierno de China le gustaría mucho influir, y termina con una votación mucho más importante en EE.UU. en noviembre.
Debemos esperar que las organizaciones de noticias en las que la gente alguna vez confió más aprendan de las experiencias de la guerra en Ucrania e Israel para hacer cumplir estándares de escrutinio más cuidadosos y actuar como guardianes responsables. Podemos presionar a los gobiernos para que responsabilicen a las empresas de redes sociales por la difusión de información falsa en sus plataformas. Todos deberíamos convertirnos en consumidores de información más exigentes. Pero nuestra mayor esperanza debe ser que no sigamos aprendiendo todas estas lecciones por las malas.
–Glosado, traducido y editado–