De niño, las razones de mi alegría navideña eran poco ortodoxas. Nochebuena llegaba y, con ella, la esperada “misa de gallo” en la Parroquia San Marcelo. Como monaguillo, presencié momentos de tristeza y alegría, pero pocos tan emotivos como esas noches: vecinos con miradas convencidas de esperanza, como si no los abrumase nada.
Vivir en el Centro es crecer expuesto a la paradoja de Nochebuena: los rostros de tranquilidad de quienes pueden comprar regalos bellamente envueltos, de estrés en quienes cuentan con un ajustado presupuesto y de ilusión en los niños que aguardan misericordia de los transeúntes en la acera. Cada vez que entregas un regalo a un niño, realizas una inversión en el banco de la esperanza, en la utopía de una solidaridad capaz de convertir a un extraño en un amigo. Que ese amor no sea consumido por todo lo sufrido este año, en que hemos vivido una década.
Hoy muchos compatriotas se verán forzados a afrontar lo emocionalmente inimaginable: un regalo menos que envolver, una silla menos que colocar, un plato menos que servir. La pandemia nos dejó con menos peruanos para amar y el ídolo de “la ley y el orden” cobró las vidas de tres jóvenes héroes. En palabras del pastor Martin Luther King, “esta temporada navideña nos encuentra como una raza humana bastante desconcertada. No tenemos paz interior ni paz exterior (…) Y, sin embargo, amigos míos, la esperanza navideña de paz y buena voluntad para todos los hombres ya no puede ser descartada como una suerte de sueño piadoso de algún idealista”.
A pesar del dolor, encontramos la fortaleza para sobreponer el amor a la resignación. Con sus bonos solidarios, World Vision Perú ayudó a 13.838 familias a cubrir sus necesidades inmediatas. La Iglesia Metodista refugió a familias venezolanas en su Casa de la esperanza. Yo Te Escucho, de Paz y Esperanza llevó soporte emocional y espiritual a personas vulnerables a través de medios telefónicos y virtuales. Nació Resucita Perú Ahora. El comedor solidario de Remar Perú brinda almuerzos de lunes a viernes a cientos de personas necesitadas. Y miles de peruanos llenos de misericordia se organizaron espontáneamente para rescatar del hambre a quienes no conocían. No obstante, aún necesitamos una política nacional de albergues públicos que permita reinsertar socialmente a los amigos que viven en las calles, pero no califican para programas sociales destinados a adultos mayores, como mi amigo Luis Becerra (Django).
La venida de Jesús fue un acto de solidaridad radical. Siendo todopoderoso, nació como un bebé indefenso en pesebre prestado, para crecer en una tierra despreciada y compartir con los marginados. Su sencillo nacimiento afrenta a quienes buscan un evangelio de prosperidad. Hoy tengo una estatuilla suya entre mis brazos, pero pronto será Él quien extienda los suyos para llevar esperanza al mundo. Podría habernos dejado a nuestra suerte, pero aquí está en el corazón de cada peruano que decide extender su mano para salvar a su prójimo. “Emmanuel” (que significa Dios con nosotros) es la confirmación de que Jesús está con nosotros, si nosotros estamos con los pobres. Que la música nostálgica en tiendas por departamento no robe a la Navidad de su radical mensaje de solidaridad.
Cada diciembre, Jesús y su sueño de una sociedad más solidaria son omnipresentes. Navidad es la promesa de que ese Jesús nacido en harapos volverá en gloria, por lo que ninguna pérdida es permanente, ningún sufrimiento irrevocable, ninguna decepción concluyente. Que Dios nos regale un sentido de memoria cívica para nunca olvidar a Bryan Pintado, Inti Sotelo y Jorge Muñoz y todos nuestros mártires de conflictos sociales, para que sus virtudes pasen de exhibirse en museos a convertirse en el núcleo de una cultura viva. Que los poderosos aprendan a vivir como hermanos, conviertan sus lanzas en hoces, y el cordero y el león vivan en armonía. Y que esta noche podamos encontrar algo de alegría, porque es Navidad a pesar de la pandemia.
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