Ciento cincuenta y tres días después, desde aquel 16 de marzo en el que se decretó la cuarentena, las cosas han cambiado mucho y poco.
En la vida cotidiana, el impacto ha sido brutal. La pandemia ha trastocado desde la forma en la que trabajamos, nos comunicamos y movilizamos, hasta elementos de convivencia tan básicos como el saludo. Salir a la calle, algo que hasta hace poco era rutinario, se ha convertido en una experiencia llena de protocolos y tamizada por motivos claros.
La pandemia sobrepasó esta semana el medio millón de peruanos infectados, lo que implica que, extrapolando por ratio positivos registrados/reales y tasa de letalidad/casos totales, podríamos estar hablando de hasta cinco millones de peruanos infectados hasta la fecha. Basados en la tendencia de los últimos días, el virus duplica su alcance cada 42 días, lo que implica que, si no la revertimos, hacia fines de setiembre estimaríamos cerca de los 10 millones de peruanos infectados. Si sobre este número calculamos el porcentaje de pacientes que requerirán de unidades de cuidados intensivos (UCI) –asumiendo que la provisión de camas y de enfermeros se mantiene constante–, estamos por pasar a una etapa de letalidad trágica.
La crisis sanitaria, que será despiadada de no mediar cambios radicales en nuestra estrategia de contención y mitigación, podría disparar un conjunto de medidas radicales que impactarán en nuestra ya alicaída economía. En el lado de la recuperación, cinco meses después podemos hacer un análisis comparativo entre lo esperado por el Gobierno y los resultados de las políticas desplegadas... y no será positivo. Culpar a la burocracia y al apetito empresarial puede servir de analgésico para algunos, pero no seríamos honestos con la realidad. La falta de previsión, sumada al cálculo político, hicieron que el plan de reactivación terminase siendo otro calvario para el empresariado, desde el más grande hasta el más chico.
Pasado todo este tiempo, que ha significado un ajuste brutal en aspectos críticos, la estrategia del Gobierno ha variado poco. Muy poco. Cinco meses después del primer confinamiento nos encontramos en otro, aunque más limitado, y con una sensación de desorientación, crisis estratégica y vacío programático.
Si de tiempos se trata, esta crisis puede durar todavía cinco meses o más, hasta que esté disponible una vacuna que nos permitan avizorar el fin de la pandemia, o lleguemos a la inmunidad de rebaño luego de la muerte de otras decenas de miles de personas. Lo que significa, en simple, que el Gobierno debe revisar sus planes, equipos y capacidades hoy (no mañana). Las crisis se enfrentan con ideas, pensadas e implementadas con firmeza. Son miles las vidas que dependen de ello, y el Gobierno debe enfocarse en esta crisis de manera principal.
Los tiempos claman por altura, desapego y transparencia. Ojalá que nuestra clase política entienda la gravedad de lo que viene.