Carmen McEvoy

“Uno de los coeficientes intelectuales más altos del ” es la manera como –autor, académico, asesor internacional de alto vuelo y jefe de partido– definió al cómico, proxeneta y hoy acusado de múltiples delitos , alias . Y aunque la extravagante declaración de De Soto parece un chiste o la expresión de alguien que se excedió de tragos o de la mágica ayahuasca, su contribución a la historia de lo banal en el Perú quedará grabada para la posteridad. Porque, si consideramos a ese mundo frívolo y figureti que nos domina –donde las convicciones y la responsabilidad son vistas como una reverenda estupidez–, el horror que explotó esta semana por toda adquiere sentido. Volviendo a la banalidad, pienso en el rosario de frases absurdas del Gabinete que me recuerdan la grandilocuencia de y sus etílicos compadres en vísperas de la invasión de Lima. En un escenario a todas luces surreal, “el hombre más inteligente del Perú” de la farsa y el sufrimiento de sus víctimas no es capaz de acordarse ni de su nombre ante el juez que lo interroga, mientras salen a la luz las pachangas (con vedettes incluidas) para jueces y fiscales, a quienes al parecer les decoraba las casas, les pagaba viajes de lujo o simplemente los tenía en su planilla no bancarizada. Fue tanto el poder banal de quien deslumbró por años con sus relojes, carros de alta gama e indescriptibles atuendos, que finalmente llegó a . Ahí, de la mano de un ignorante, además de golpista y ladrón, se burló de decenas de niños enfermos de cáncer para lucrar en el ‘peak time’ de una banalización del mal a la peruana.

Desde el muerto descuartizado hallado en una maleta hasta la madre de familia baleada en un microbús con su bebe en los brazos, pasando por el chofer asesinado porque se negó a pagar los S/7 que adeudaba a los extorsionadores que lo acosaban, nuestra vida cotidiana transcurre entre el terror y la brutalidad. La paradoja es que mientras ello nos interpela, recordándonos inocultables miserias, la primera magistrada de la nación se disfraza de preocupada para luego confundir todas las cifras de un incendio que destruye lo más valioso que tenemos: nuestra flora, fauna y la vida de peruanos que tratan de salvarlas. A Dina Boluarte todo le da exactamente lo mismo porque su indolencia grotesca, maquillada con decenas de retoques faciales, expresa la banalidad de un mal profundo, que anida en un alma nacional desgarrada por una larga historia de fracasos y traiciones.

Hannah Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” para referirse a la conducta de personas que actúan de acuerdo con las reglas de un sistema, sin cuestionar sus actos ni sus consecuencias. Tras asistir al juicio del criminal Adolf Eichmann en , Arendt señaló que el mal radical y la banalidad del mal son dos formas del mal totalitario. Respecto del segundo, es el acatamiento de su dictamen, sin reflexión en torno de sus consecuencias, lo que lleva a esa trivialización que hoy acompaña a las balaceras cotidianas. Lo más grave del caso es que, ante la banalidad del mal, las palabras y el pensamiento se sienten impotentes. El gran aporte de Arendt es una mirada crítica a la tradición filosófica, a la que aporta un diagnóstico de la modernidad en términos de progresiva alienación del mundo, repensando, en el camino, la especificidad de la libertad .

Muchos alzan la voz para llevar agua a su molino del cálculo político, en el que la discusión se mueve entre la victimización y la culpa ajena. Lo que deja de lado una idea mucho más compleja: la banalidad del mal cruza todo el espectro político y social del Perú de la pachanga eterna y, no olvidarlo, de los cadáveres colgados en 1872 en la de Lima. Por otro lado, el Perú milenario, el de los bellísimos frescos recién hallados en Pañamarca, a veces nos murmura ciertas claves y esta vez nos presenta a la banalidad del mal chibolinesco y a la criminalidad desbordada como las dos caras de una historia que es necesario asumir en su totalidad. A ver si es posible, a estas alturas del abismo y en plena lobotomía nacional ordenada por el Estado jefaturado por Boluarte, revertirla.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy ES Historiadora