Debimos esperar 14 mil años para que llegara al poder la señora a cumplir un destino, al parecer inescrutable, señaló un ministro, paradójicamente de cultura, tan trastornado por el poder como el resto del elenco que acompaña a la apurimeña. En estos tiempos de balaceras cotidianas, asesinatos por encargo y descuartizamiento de mujeres, es posible agregar (‘why not?’) que fueron los chancas, mencionados en alguna oportunidad por Boluarte, quienes bajo los efectos de algún cactus mágico lo profetizaron. En el país de la estupidez extrema y la inmoralidad desbocada, establecer hitos históricos descabellados es aceptable. Tal como la invención de escenarios donde no existía ni por asomo una noción del poder como se conoce y el homínido nativo, si acaso existía, no osaba aventurarse por los senderos de un Perú inexistente. Más aún, en su disparatado relato, el , excluye a gobernantes mujeres de la talla de la señora de Cao, soberana y sacerdotisa de los moches. Pero seamos sinceros y no nos engañemos. ¿En medio de esta farsa, donde se niega entregar premios o se encajonan archivos, será posible esperar algo distinto de quien, para sobrevivir, lleva su ofrenda a la emperatriz de la profecía milenaria?

Estamos pagando el precio y sufriendo las consecuencias de un conflicto permanente, de la elección de los peores (oclocracia la llamaban los griegos) y de un analfabetismo histórico que va adquiriendo ribetes de una pandemia incurable. La guerra facciosa que ha marcado nuestra historia republicana fue borrando todo lo bueno que peruanos brillantes y honestos proyectaron para el Perú que amaban y respetaban. Sin embargo, no estamos solos en esta tragedia. En un notable análisis a raíz del último e insólito Consejo de Ministros del presidente colombiano, Carolina Sanín señaló algunos puntos sobre los cuales vale la pena reflexionar. El primero es sobre lo que significa tener una cabeza de un cuerpo político que ha perdido la razón. El delirio de quienes representan al Estado en sus diferentes instancias nos obliga, de acuerdo con Sanín, a ser bombardeados por lo que carece de sentido y, en consecuencia, a vivir expuestos a “la violencia del aturdimiento y la sinrazón”. Lo segundo es que esta tortura auditiva deviene en una “intoxicación” mental imparable. En una era en que la política carece de una lógica mínima, y ahí están y su imaginaria Riviera instalada en un fantasmal Gaza, el discurso y la teatralidad del poder se han convertido en una sucesión de disparates. Y lo más grave de este proceso, que no sabemos a dónde nos llevará, es la falta de un respeto mínimo por la audiencia y, en nuestro caso, por el Perú.

La tarea de los historiadores, que ahora mediante un proyecto de ley podrían verse forzados a solicitar la venia de una sarta de mercaderes para cumplir su trabajo, es dotar de contenido y perspectiva a una saga rica, además de compleja, como la nuestra. Y es que a pesar de que la adversidad es una asidua compañera de ruta, muchísimos compatriotas ofrecieron respuestas acordes con nuestra desafiante geografía. Hablando de ello y a partir de documentos que voy encontrando para mi nuevo libro, me permito compartir la vida y obra de un lambayecano brillante, aunque poco conocido. Considero que este ejercicio de mapear ejemplos de compromiso con el bien común puede ayudarnos a remontar una coyuntura en la cual el mundo se va volviendo, a decir de Byung-Chul Han, intangible además de “nublado y “fantasmal”.

Ese no fue, sin lugar a dudas, el universo de Manuel Mesones Muro (1862-1930), quien, hasta el final de sus días, recordó el azul “infinitamente azul” de los cielos del Marañón. Erudito en botánica, zoología, geografía y en literatura clásica, Mesones inicia, con fondos propios, una expedición desde el Pacífico hasta Iquitos. José Mejía Baca le rindió homenaje a quien, para arribar al pongo de Manseriche, enfrentó desafíos indescriptibles. Fue desde esa impetuosa atalaya que Mesones exploró nuestro potencial hídrico. Para un peruano notable que declaró que “los ríos tenían alma”, sus principales objetivos fueron: trazar la ruta para un futuro Ferrocarril del Norte y proponer el trasvase del río Chamaya para irrigar Olmos. Y esto no ocurrió hace 14 mil años sino a inicios del siglo XX, preñado de sueños e inmensas posibilidades. Nunca lo olvidemos y mucho menos ahora, cuando los administradores de este manicomio ensangrentado se proponen intervenir nuestra memoria histórica para su banal y frívolo beneficio.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es Historiadora

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