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Trump vs Brasil: Relato de un absurdo
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Con amigos como Donald Trump, ¿para qué necesito enemigos?, se preguntará el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, mientras se acomoda la tobillera electrónica que le han impuesto para evitar que huya al extranjero tras ser imputado por atentar contra la democracia. Bolsonaro, que de ingenuo no tiene nada, debe darse cuenta de que el gran escándalo que ha armado Trump contra Brasil para ayudarlo le está generando, en realidad, un futuro más incierto.
El llamado “Trump de los trópicos” es un admirador confeso, aliado ideológico y amigo personal del presidente de Estados Unidos. Los paralelos entre ambos son tan evidentes que, cuando Bolsonaro perdió las elecciones de 2022, incitó a sus seguidores a atacar las instituciones del Estado, exactamente como lo hizo Trump el 6 de enero de 2021. Sin embargo, las consecuencias en Brasilia fueron peores e incluyeron no solo actos de vandalismo y ventanas rotas en el imponente Palacio de Planalto, sino también una bomba atada a un camión de gasolina que no llegó a explotar y, según la policía federal, hasta planes escritos del clan Bolsonaro para mantenerse en el poder armándose hasta los dientes, con detalles incluso para asesinar a Luiz Inácio Lula da Silva con armas químicas en el hospital donde estaba internado.
No es poca cosa aquello por lo que Bolsonaro tiene puesta esa tobillera electrónica, pero eso jamás será un impedimento para los instintos protectores de Trump, quien tiende a manejar las relaciones con otros países de acuerdo con sus relaciones personales con los gobernantes de turno. Podemos ver las consecuencias de esto en la guerra de Ucrania, sin mencionar sus ataques constantes contra Canadá en los últimos días de Justin Trudeau.
Para comenzar, Trump ha amenazado con imponer aranceles de hasta 50% a todas las importaciones brasileñas, y lo ha justificado sin ninguna vergüenza como un castigo contra el Estado brasileño por la “persecución, intimidación, censura y acoso políticamente motivados” contra Jair Bolsonaro. Normalmente, Trump justifica la imposición de aranceles contra otros países cuando Estados Unidos mantiene un déficit comercial con estos; pero con Brasil, Estados Unidos tiene un superávit que en 2024 fue de 6,8 mil millones de dólares solo en bienes. Está claro que esta guerra económica tiene un carácter totalmente personal en defensa del expresidente brasileño.
Sin embargo, estas sanciones económicas no van a tener mayores consecuencias para la economía brasileña, pues, a diferencia de México o Canadá, que viven de exportar a Estados Unidos, solo el 13% de las exportaciones brasileñas fluyen hacia el país del norte. En los últimos 20 años, Brasil ha ido reemplazando a Estados Unidos con China como su principal socio comercial. Más aún, Trump disimuladamente ha concedido excepciones a más de 700 productos (casi el 50%) tras recibir presión de cabilderos, dejando fuera notoriamente al café y la carne de res, para los cuales el gobierno de Lula podría encontrar fácilmente nuevos clientes, dadas las cifras en cuestión. Brasil, la economía más grande de Latinoamérica, es conocido además por ser relativamente cerrado, lo que lo hace bastante resistente a las guerras comerciales.
Como si esto no fuera suficiente, la administración Trump ha impuesto sanciones personales contra Alexandre de Moraes, el juez supremo que tiene a cargo el caso contra Bolsonaro, y les ha retirado la visa a casi todos los jueces supremos de Brasil. Para esto ha usado la llamada “Ley Global de Magnitsky”, un mecanismo estadounidense diseñado para castigar a extranjeros que violan derechos humanos o cometen crímenes de lesa humanidad mediante el congelamiento de sus cuentas en Estados Unidos, la revocación de visas y otras sanciones. El gran violador de derechos humanos en este caso sería el juez De Moraes, a quien han puesto en el mismo grupo que operadores oscuros de Vladimir Putin y generales de dictaduras africanas.
Este acto de intimidación no le va a quitar el sueño ni desviar la mano a De Moraes, un legendario juez brasileño que está acostumbrado a recibir amenazas de muerte todos los días. Por el contrario, aumenta la probabilidad de que se ponga más duro contra el expresidente.
Si Trump quería lanzar un mensaje contra Brasil por haber sido anfitrión de una cumbre del grupo BRICS donde se discutió vagamente la idea de abandonar el dólar como moneda de comercio, debió dejarlo ahí sin meter a su amigo Jair en todo el problema.
Este doble ataque de Trump contra la economía brasileña y uno de sus poderes del Estado, usando como causa célebre el bienestar de Jair Bolsonaro, solo está logrando que el presidente Lula califique ahora a este, a sus hijos y a todo su partido como traidores a la patria, con bastante éxito. Lula se ha podido subir al caballo del desafío al hombre más poderoso del mundo, poniéndose como el defensor de la nación sin tener que pagar un precio significativo para su economía. Ha tenido además la excusa perfecta para ofrecer subsidios a las industrias afectadas. Todo este baño de popularidad previsiblemente le ha dado un impulso en las encuestas.
La impulsividad diplomática de Trump, que a veces le ha dado buenos resultados, en este caso ha causado que Lula —un adversario ideológico— gane influencia regional y más popularidad interna a costa de Bolsonaro, y que la corte suprema de Brasil se ensañe aún más contra este. Ha dejado en evidencia —otra vez— que su política arancelaria no sigue una línea coherente, y que su política exterior puede ser bastante intervencionista y caprichosa, a pesar de lo que prometió en campaña. Y finalmente, les está diciendo a sus votantes en Estados Unidos que ahora van a tener que pagar más por sus parrilladas para que él pueda defender a un amigo personal en Brasil, quien irónicamente será el único que va a salir quemado de toda esta opereta.

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