Macarena Costa Checa

Sé que la única certeza en la vida es la muerte. Para los peruanos, podemos añadir los sismos a la lista.

A riesgo de sonar cínica, no digo que en nuestro país estas dos certezas podrían coincidir, pero el verdadero cinismo estaría en no reconocer la naturaleza sísmica del Perú y lo mal preparados que estamos para enfrentar emergencias (sin importar cuántas veces se repitan).

Podría mencionar los miles de viviendas que (solo en Lima) no quedarían de pie tras un terremoto. Pero eso ya lo sabemos todos.

Lo cierto es que, como la mayoría de los males que afligen al país, el común denominador es la informalidad. Y no solo me refiero a que las viviendas sean informales, sino también al universo que es la informalidad, que se replica y reproduce como un sistema en el que naces y del que es muy difícil escapar.

En nuestro país, más del 75% del empleo es informal (Enaho, 2022). Vayamos a un escenario urbano. Claro, si naces y creces en la informalidad, y para llegar a tu trabajo formal de salario mínimo tienes que pasar tres horas al día en traslados, ese impuesto efectivo a la formalidad puede terminar siendo demasiado costoso. Así, posiblemente acabes optando por obtener un ingreso de actividades informales, menos productivas, pero al menos cerca del hogar y la familia. Todo mientras otros te recriminan por no pagar impuestos, aunque pagas el agua más cara de la ciudad.

Lima es un gran ejemplo de cómo zonas de pobreza urbana terminan siendo espacios de poca o nula movilidad social, con ningún tipo de contagio de otras realidades y más bien caracterizadas por ciclos de precariedad que se reproducen. La informalidad es una trampa y su triunfo en este país nos obliga a dejar de ignorarla.

Hace falta repensar el país en función de nuestra realidad, y empezar a gobernar para esa realidad que tenemos en frente y no para la que aspiramos tener. De lo contrario, lidiaremos con el siguiente terremoto como hoy lidiamos con el frío entregando frazadas. Poniendo parches sobre parches para problemas que requieren soluciones estructurales.

Cuando hablamos de certezas como los terremotos, tenemos dos maneras de estar preparados. Una es la prevención, que solo se puede concebir en un enfoque de largo plazo en el que se aborde medularmente nuestro problema de informalidad, para que algún día en el futuro tengamos ciudades con construcciones responsables.

La otra es la respuesta inmediata a la emergencia. Con este aspecto sí podemos lidiar en el corto y mediano plazo. Porque, si los sismos son certezas, lo mínimo que podemos esperar del Gobierno es que esté preparado para responder adecuadamente. ¿O no?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Macarena Costa Checa es politóloga