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El Perú ja, ja: ¿un cómico en Palacio 2026?
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El humor político ha sido siempre un espejo del poder. ¿Y si ahora ese espejo quisiera ocupar el sillón presidencial?
No es chiste. O, mejor dicho, es uno de esos chistes que empiezan como broma y terminan como posibilidad real. Carlos Álvarez, el actor cómico que por décadas ha imitado a nuestros políticos más pintorescos, suena con fuerza en las muy tempranas encuestas de cara al 2026. ¿Puede ganar? ¿Estamos ante el Zelenski peruano?
La comparación entusiasma, pero exige matices. Volodímir Zelenski, antes de gobernar Ucrania, tenía el programa “Servidor del pueblo”, en el que interpretaba a un ciudadano común que, por azares virales, se volvía presidente. Luego, en la vida real, lanzó una campaña que combinó hartazgo, redes sociales y una narrativa renovadora, que lo convirtieron en una especie de meme colectivo para un país agotado de sus élites criminales.
En el Perú, ese agotamiento ya es endémico. Los partidos políticos han perdido total credibilidad y la ciudadanía parece dispuesta a probar cualquier opción que no venga del sistema. En ese vacío, figuras como Álvarez despiertan simpatía. Y no es extraño que así sea: es conocido, tiene sentido común –algo tan escaso en la política peruana–, ha hecho crítica desde el humor y, al menos por ahora, no arrastra pasivos.
¿Pero basta con eso? Zelenski no solo fue carisma. Su campaña e-Ze fue una maquinaria digital hipermoderna y transversal, capaz de conectar con públicos dispares. Su mensaje fue claro: hackear el sistema con una banda de amateurs y sus memes, los que eventualmente lo acompañaron en el poder formal.
Si Álvarez quiere que lo tomen en serio, tendrá que dejar de ser solo el que se ríe del poder para mostrar que puede ejercerlo con solvencia. Deberá construir una narrativa coherente, rodearse de un equipo sólido –y si es de amateur, no pasa nada; eso funciona–, explicar cómo piensa gobernar y cómo evitar que su popularidad se vuelva humo a la primera crisis política.
Vistas así las cosas, es inevitable preguntarse si veremos a otros comediantes, influencers o figuras del espectáculo lanzándose al Congreso. Jorge Luna –el improvisador bizarro del autodenominado programa de streaming “HH”–, por ejemplo, ya ha dicho en sus redes que le gustaría postular incluso a la presidencia. Puede parecer una broma, pero hoy todo lo es hasta que deja de serlo.
La historia de Zelenski enseña que lo nuevo puede ser transformador si se combina con estrategia y conexión real con las necesidades de la gente. Gobernar no es hacer reír, y el poder no se improvisa. La sátira sirve para señalar lo absurdo del sistema, pero desde el poder hay que corregirlo. Tal vez Carlos Álvarez no llegue a la presidencia. O tal vez sí. Pero lo relevante es que su candidatura no surge del espectáculo, sino del desgaste de la política real. Que un cómico pueda ser presidente no dice tanto del cómico, sino del estado en que está la república.
Y eso, francamente, ya no da risa.

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