"Hess recordaba en su hermosa carta que, cuando un árbol era talado, uno podía leer en su tronco, no solo su edad, sino cada una de sus heridas, luchas, enfermedades, los años de gloria así como las tormentas enfrentadas e incluso cada batalla ganada y también perdida". (Foto referencial: Shutterstock)
"Hess recordaba en su hermosa carta que, cuando un árbol era talado, uno podía leer en su tronco, no solo su edad, sino cada una de sus heridas, luchas, enfermedades, los años de gloria así como las tormentas enfrentadas e incluso cada batalla ganada y también perdida". (Foto referencial: Shutterstock)
Carmen McEvoy

Las mentes más lúcidas nos han advertido sobre el poder sanador de la naturaleza. Pienso en Walt Whitman, autor de “Hojas de Hierba”, afirmando que la naturaleza poseía un vigor extraordinario, expresado en su capacidad de conducir a los humanos al equilibrio y a la cordura. La visión de una noche estrellada y de atardeceres multicolores –semejantes a los de nuestra magnífica costa–, el contacto físico con las “arrugas” de un roble que sobrevivió muchas guerras y pandemias e incluso la inconfundible fragancia del jazmín o la madreselva, convocan sensaciones casi mágicas. Las que, por conectar nuestro nacimiento y existencia a todo lo que nos circunda, incluyendo el universo, ayudan, de acuerdo a Whitman, a trascender la pequeñez humana.

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