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La leyenda y la historia nos hablan de niños que se convirtieron en reyes. Josías, según el Antiguo Testamento, ocupó el trono de Judá a los ocho años y algo parecido ocurrió con Tutankamón en el Egipto de los faraones. Desde entonces, sin embargo, el fenómeno se ha hecho menos frecuente. Sujetos inmaduros son encumbrados como gobernantes permanentemente, en todas partes del mundo. Pero que niños, lo que se dice niños, accedan a una posición de poder es algo que no se ve todos los días. Por eso, suponemos, los padres del congresista Elvis Vergara han de sentirse orgullosos de la reciente elección de su hijo como presidente de las comisiones de Fiscalización y Ética del Congreso.

Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar

Que los señores Vergara tenían enormes expectativas con respecto a él desde el principio está muy claro. Nadie les pone a sus herederos “Elvis” o “Darwin” si no espera de ellos grandes cosas. Ya que la vida confirme luego esas aspiraciones es un negocio distinto… En lo que concierne al parlamentario pucallpino, en cualquier caso, uno tiende a imaginar a una pareja devota del “rey del rock and roll” soñando con que su hijo, forrado en cuero blanco, interpretara un día una versión tropical de “Heartbreak Hotel” con el acompañamiento de Los Mirlos. Y si bien ese sueño sigue pendiente, en lo que toca a ser rey, es indudable que el legislador ha avanzado bastante, pues alguna secreta corona debe ostentar para que en su bancada y en los ya mencionados grupos de trabajo congresal haya conseguido de sus pares los votos suficientes para ser ungido presidente. Hablamos, además, de las comisiones de Fiscalización y Ética que requieren, en teoría al menos, de personas libres de toda sospecha de turbiedad moral para liderarlas. Y, como se sabe, ese es un terreno en el que este Elvis enfrenta ciertos inconvenientes.

–Tremendo tupé–

A Vergara no se lo considera niño por sus pocos años. Los inviernos que suma son ya cuarenta y si bien a esa edad un hombre no es todavía viejo, tampoco puede pegarla de chibolo. Lo que tenemos aquí es simplemente la singularización de una “chapa”. Según el Ministerio Público, los “niños” fueron el brazo congresal de la red de corrupción que estableció Pedro Castillo durante su paso por el gobierno: parlamentarios de diversas bancadas que lo habrían favorecido con sus votos en el pleno a cambio de contratos de trabajo para sus allegados, cuotas de poder dentro de determinados ministerios y otras granjerías. El sobrenombre lo habría puesto el propio Castillo para mofarse de lo obedientes que eran con el maestro de escuela que él alguna vez fue. A nuestro Elvis se le atribuye concretamente haber colocado, a través de esas artes vetadas, a dos personas en el Ministerio de la Producción, razón por la que se le sigue una investigación por los presuntos delitos de organización criminal, tráfico de influencias y colusión agravada. Cabe anotar que el reglamento del Congreso establece que los legisladores comprendidos en procesos penales están prohibidos de, no digamos presidir, sino siquiera integrar las comisiones de Fiscalización y Ética. Pero ha surgido repentinamente una discusión acerca de qué se entiende exactamente por “proceso penal” que aleja por el momento las sombras de duda que se ciernen sobre su elección. Y cuando esa discusión termine, se desatará seguramente otra sobre el sentido preciso de “comprendidos”. Nuestro Elvis, entre tanto, sacudirá la cadera contento, pero sin moverse de su sitio, tal como lo hacía el personaje del que tomó prestado el nombre. Y como él también, continuará haciendo ostentación de un tremendo tupé y demostrando que es el rey. Aunque, a propósito de esto último, falte precisar todavía de qué.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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