Augusto Townsend Klinge

Qué difícil se hace reconocer estos días a la Apena mucho a quienes la veíamos como un referente por la solidez de su constitucionalismo y de su sistema judicial, su apego al ‘rule of law’, su esquema federal de desconcentración del poder, la capacidad de su bipartidismo de generar una alternancia que asegure estabilidad y gobernabilidad sin fragmentar al país o desintegrar su tejido social, su aversión al populismo, su promesa tangible de movilidad social ascendente para quien se esfuerce, su sentido de orgullo e identidad compartidos, su disposición para integrar migrantes y culturas distintas, etc. Todas condiciones que no son más lo que alguna vez fueron.

Hablamos de una democracia que, ciertamente, nunca estuvo exenta de problemas y contradicciones, como que un país tan dado a defender la libertad de elección en el ámbito fuese tan rígido en recortar la libertad de elección en el ámbito con un sistema tan forzadamente bipartidista. Es decir, en el supermercado puedes encontrar decenas de marcas de un mismo producto, pero, si se trata de una elección presidencial y no te gusta ninguna de las dos opciones (como es el caso de muchísimos votantes en la actualidad), pues mala suerte, porque no hay otra opción electoralmente competitiva.

También es algo asombroso cómo el particularmente fuerza que los distritos electorales se rediseñen a su antojo para aumentar sus chances electorales o que se recorte arbitrariamente con argucias legales el derecho al voto de determinados grupos.

Pero, incluso considerando estos dilemas, lo que hoy vemos en la democracia estadounidense es una transmutación mayor. Niveles extremos de polarización en la política que hoy elevan la probabilidad de escenarios de violencia física. Una que ha perdido cualquier recato y ha dado rienda suelta a una agenda de conveniencias partidarias. Un expresidente que intentó revertir un resultado electoral desfavorable movilizando a una turba a asaltar el para amedrentar a los congresistas que debían proclamar a su sucesor. El mismo expresidente, ahora convertido en el primero en la historia de su país en ser condenado por un delito, volviendo a ser un candidato fiel a su costumbre de insultar y mentir sin empacho. Es muy fácil en estos días ver a como una amenaza real a la continuidad de la democracia estadounidense, porque lo es y ciertamente es el riesgo mayor, pero también ha sido increíble ver en estos últimos días el desparpajo con el que, desde el campo rival, muchos representantes del Partido Demócrata han hecho todo lo posible por negar la pérdida de capacidades de , que se hizo tan evidente en el reciente debate con Trump.

El problema aquí no es la edad de Biden en sí, pues todos vamos a enfrentar el paso del tiempo y en algún momento tendremos que renunciar a ciertas responsabilidades. El problema es que en la orilla demócrata no exista la honestidad como para aceptarlo y que se prefiera no decirle la verdad a la población sobre la situación real del presidente, por la aparente desesperación de no tener a nadie mejor con quien enfrentar a Trump.

Por lo demás, las imágenes que llegan de la Convención Nacional Republicana, el evento en el que se unge a Trump como candidato, son francamente alucinantes por los niveles de demagogia e inmadurez a los que ha llegado el partido alguna vez asociado a baluartes como Lincoln o Roosevelt, y que hoy no parece ser más que la franquicia del movimiento Make America Great Again.

Estados Unidos es un campo central en la batalla por proteger a la democracia de sus principales amenazas: el autoritarismo, el populismo, la polarización extrema. Y esa batalla no pinta bien. Ojalá no la den por perdida antes de tiempo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Augusto Townsend Klinge es Fundador de Comité y cofundador de Recambio