La revelación de que el presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski, ha recibido diversos pagos de Odebrecht por conceptos que incluirían consultorías, conferencias y otros ha significado un trauma para mucha gente. Para los que creímos, quizá de manera demasiado ingenua, que PPK podría significar una diferencia, resulta una gran decepción. Bajo el manto del tecnócrata honrado y eficiente, formado en el mundo financiero internacional, se ocultaba un criollón sinvergüenza, ávido de dinero, poder y fama; incapaz de contener sus apetitos pero muy hábil para simular una fachada de buena voluntad y candidez. Da pena pensar lo que escribo, pero no creo que haya otra solución que escarbar en nuestro inconsciente colectivo para diagnosticar y empezar a revertir el mal enquistado en la sociedad peruana.
Obviamente, Kuczynski no es la excepción. Su caso expresa, una vez más, la debilidad de los controles interiorizados por los peruanos. Las criaturas humanas somos muy vulnerables, pues disponemos de una energía que no tiene un uso fijo y que nos impulsa a la voracidad y el desequilibrio. Entonces, es tarea de la sociedad desplazar esta energía hacia actividades y metas que supongan la realización de ideales valiosos para todos. En vez de dañarse a sí mismo, o a los demás, la satisfacción de este impulso a la desmesura debe estar orientada hacia lo constructivo, lo que enriquece la vida sin destruirla. Es lo que Freud llamó “sublimación”, un proceso que supone el desarrollo de la cultura y la creatividad. Se trata de poner al servicio del crecimiento personal, y de la armonía y justicia social, esa impulsividad ciega que tiende a la destrucción de sí y los vínculos sociales. Pero contener la impulsividad y canalizarla hacia el logro de metas constructivas es un proceso arduo y difícil, pues implica modular esas voces interiores que claman por una satisfacción inmediata.
Pensemos, por ejemplo, en la tendencia mundial a la obesidad, un comportamiento autodestructivo. Mucha gente, desprovista de horizontes que la enrumben al logro de objetivos de mayor significación, busca la satisfacción inmediata en el comer o tomar. Mediante la incesante ingestión de alimentos trata de mantener a raya la ansiedad de vivir. Otra manera de lograr lo mismo es el abuso. El hombre machista deriva mucho de su satisfacción personal y orgullo de la opresión a la que somete a su familia, mujer e hijos. Considerando en frío la situación, mucho mejor sería canalizar esa inquietud hacia el desarrollo de vínculos personales, o a la creación artística, o a cualquier trabajo que signifique comprometer nuestras energías en la producción de bienes y servicios útiles para los demás. En todo caso, aprender a orientar nuestra energía de modo que trascienda lo puramente impulsivo supone una educación basada en el cultivo de una disciplina fundada en el amor y no en el miedo o la violencia.
La sociedad peruana, especialmente el mundo criollo, se caracteriza por su dificultad para orientar la búsqueda de satisfacciones a metas de largo plazo. La fuerza de la sublimación es muy limitada de modo que se generaliza la búsqueda de satisfacción mediante el ceder a lo impulsivo. Sobre este sustrato cultural es muy difícil que arraiguen los valores que llevan a la afirmación de la vida.
El deterioro moral es un proceso generalizado en todos los grupos sociales en nuestra sociedad. Pero a la vanguardia de estos cambios está la clase política. Todo indica que la motivación a la que responde es la búsqueda de satisfacer sus intereses personales. Su impulso depredador no está contenido por una disciplina, sino potenciado por la expectativa de impunidad, por la confianza en poder mangonear la ley de manera que pueda salir ileso de cualquiera acusación por más fundamentada que esté. Aunque esto podría estar cambiando, como lo indica el hecho de que los últimos presidentes, desde Fujimori, pasando por Toledo, García, Humala y Kuczynski, estén sujetos a investigaciones judiciales. Esta situación, junto con las movilizaciones juveniles, nos dicen que la sociedad peruana es capaz de reaccionar frente al deterioro moral del país. También toca que cada peruano o peruana se haga responsable de su propia conducta en vez de excusarse señalando que si los grandazos lo hacen, la gente de a pie está autorizada a hacer lo mismo en su propia escala. De repente me equivoco, pero creo que en estos últimos meses el impulso moralizador de PPK se agotó de manera que la transgresión crece sin contención real.