Fernando Szyszlo

Me parece que es uno de los pocos artistas peruanos en el que hombres de todas las tendencias podemos encontrar algunos puntos de contacto. Uno hay cierto: la admiración y el respeto que tenemos por él. Y no puede ser de otra manera ante este trabajo constante y silencioso por más de 30 años.

Creo que en el hecho de que la obra de Urteaga pertenece al género de pintura que llamamos ‘naif’. En el caso de Mario Urteaga, las constantes de su pintura lo emparentan al grupo de pintores que llamamos primitivos o, más comúnmente y quizás también más exactamente, con la palabra francesa ‘naif’, que viene de ‘natif’, que quiere decir ‘natural, sin ’; vale decir, ‘sin artificio’. Uhde, que los conoció tan bien, los llamaba los pintores del corazón sagrado.

Pero, si bien es cierto que acepto clasificar a Urteaga como un pintor ‘naif’, mi pensamiento no quedaría completo si no hiciera notar que quizás por el hecho de haber pasado Urteaga la mayor parte de su vida lejos de la ciudad, en el campo, su arte toma a veces los matices de un arte popular, de un arte en el que el creador no intenta en lo absoluto imponerse al espectador, algo espontáneo y que quiere ser anónimo a fuerza de modestia.

En el arte de Mario Urteaga no hay trazas de una ruptura con la sociedad en la que vive como no las hay en un toro de Pucará. Y, si bien en sus cuadros se trasluce un amor al paisaje, a sus habitantes, a su vida simple, este amor no lo lleva a desarrollar una reivindicación o una sátira. Él transcribe su visión de la realidad y su modestia le impide comentarla. Mira con la humildad con la que debieron mirar los primeros paisajistas flamencos y con la que lo hacen los grabadores de mates de Huancayo.

Otra característica importante constituye el hecho de ser un autodidacta, y el hecho de serlo en el verdadero sentido de la palabra. Ser autodidacta es, en el caso de Mario Urteaga, reinventar la técnica de la pintura y hacerlo sin ninguna curiosidad, sino gracias a una urgencia expresiva. Esta reinvención de la técnica lo lleva a preparar él mismo sus telas, con procedimientos propios, y en algunos casos a preparar también sus colores.

Y, por último, la característica más decisiva para clasificarlo dentro de la pintura ‘naif’ es un candor, una inocencia, casi se podría decir un estado de gracia frente a la realidad, que le otorga la fuerza necesaria para transfigurarla en pintura.

Mario Urteaga, en sus momentos felices y gracias a que para pintar parte de una inocente contemplación del mundo y no de una consciente voluntad de anexión de esta por medio de la pintura, en sus momentos felices repito, se puede mover con igual facilidad en esos dos mundos que existen dentro de la pintura y que son casi antagónicos: el tono y el color.

Mario Urteaga ha dedicado su vida a pintar alejado de todo pequeño interés, ni siquiera ha manifestado nunca el deseo de hacer conocer su trabajo. Parece que con hacerlo le bastaba para encontrar un sentido trascendente a su vida. Sin saber ni interesarse en lo que era pintura al alcance de sus dotes.


–Glosado y editado–

Texto originalmente publicado el 11 de setiembre de 1955.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Fernando Szyszlo Fue pintor y escultor peruano

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