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La reelección no es lo central
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“Actualmente, no existe en El Salvador la reelección indefinida, y tampoco la estoy buscando, y la norma actual no lo permite, y tampoco hay la figura de un referéndum para poder modificar eso”. Así respondía Nayib Bukele a la pregunta de una seguidora durante una transmisión en vivo realizada en los primeros días del 2024. Menos de dos años después, su partido, Nuevas Ideas, ha cambiado la Constitución para permitir aquello que él aseguraba no estar buscando: la posibilidad de reelegirse en el cargo presidencial de manera ilimitada, una película que los latinoamericanos hemos visto muchas veces y que ya sabemos cómo acaba (spoiler: nunca termina bien).
La reforma ha despertado un debate acalorado entre quienes consideran que, con ella, Bukele ha pasado a ser un dictador (o, cuando menos, ha revelado sus intenciones de convertirse en uno) y quienes, por el contrario, afirman que no hay nada malo en dejar que los salvadoreños elijan a su líder sin limitaciones de ningún tipo. Estos últimos, además, han citado los ejemplos de gobernantes democráticos como la alemana Ángela Merkel o la británica Margaret Thatcher, que presidieron sus países durante 16 y 11 años, respectivamente. Otros, más despistados, han recordado los casos del húngaro Viktor Orbán (que lleva 15 años en el puesto) y del ruso Vladimir Putin (que va por los 13), no se sabe si tratando de apoyar a Bukele o, más bien, de desprestigiarlo, pues si algo se puede decir hoy de Hungría y Rusia es que son muchas cosas menos democracias.
El propio Bukele, de hecho, ha recurrido a este argumento para responder a las críticas que le han llovido, principalmente desde el exterior. “El 90% de los países desarrollados permiten la reelección indefinida de su jefe de gobierno y nadie se inmuta”, escribió en sus redes sociales días atrás. “Pero cuando un país pequeño y pobre como El Salvador intenta hacer lo mismo, de pronto es el fin de la democracia”, añadió. Y no faltaron quienes le dieron la razón.
A mí, sin embargo, el debate de si la posibilidad de reelegirse indefinidamente es lo que convierte a Bukele en un dictador me parece equivocado, por no decir engañoso. En principio, confieso que no encuentro problemática la posibilidad de permitirles a los ciudadanos de un país refrendar a sus líderes las veces que quieran, siempre y cuando –y subrayo el “siempre y cuando”– esa competencia sea equilibrada. Creo, más bien, que la discusión sobre si un gobernante es o no un dictador no se reduce a si tiene intenciones de reelegirse, sino a muchas, muchísimas cosas más, que van desde el respeto que muestra por las otras instituciones, la prensa y las libertades ciudadanas, hasta la obediencia a las leyes vigentes. Y es en esas cuestiones donde Bukele ha actuado como un autócrata.
Muchos lo han olvidado ya, pero cuando el mismo Bukele que hoy defiende las decisiones del Parlamento carecía de mayoría en dicho foro, no dudó en marchar con los militares para presionar a los legisladores a fin de que aprobaran un préstamo con el que pudiera sufragar sus planes contra el crimen. También se ha olvidado que, cuando consiguió que su partido finalmente controlara el Congreso, sus primeras medidas fueron la destitución del fiscal general que investigaba los presuntos nexos entre el oficialismo y las pandillas, y de los magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. No contento con ello, la Asamblea Nacional controlada por el bukelismo aprobó una polémica ley para jubilar a los jueces mayores de 60 años y a los que tuvieran más de tres décadas de servicio, lo que significó, en la práctica, que un tercio de los magistrados del país fueran reemplazados abruptamente.
Y ni qué decir de la prensa. Ya he escrito sobre la dramática situación de “El Faro”, uno de los medios referentes para el periodismo centroamericano que en los últimos años ha sufrido una descarada campaña de acoso de parte de Bukele, que ha implicado desde el veto a sus reporteros en actividades oficiales hasta la fabricación de un expediente “por evasión de impuestos y lavado de dinero” que obligó al medio a mudar sus oficinas administrativas y legales a Costa Rica.
Son estos elementos, vistos en su conjunto, los que me parecen más adecuados para responder a la pregunta de si Bukele es o no un dictador, y no solo la posibilidad que tiene ahora de reelegirse indefinidamente. Al contrario, al centrar el debate en esto último, se le termina poniendo las cosas más fáciles a los defensores del bukelismo.

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