Hay países del primer mundo que teniendo sus problemas básicos resueltos pueden darse el lujo de pasarse meses sin gobiernos, por la habitual complicación de elegirlos en la vía parlamentaria.
Le ha pasado a Bélgica. Le ha pasado a España. Le suele pasar a menudo a Italia. Y más temprano que tarde Inglaterra puede tener una crisis mayor que el ‘brexit’, que lo llevó fuera de la Unión Europea.
El otro lujo es que países con monarquías constitucionales puedan unirse en torno a su rey o reina y desunirse en torno a sus intereses políticos. Es parte de su modo de vida. Allá ellos.
Hay otros países de grandes contrastes (Japón, Suiza, Singapur o Hong Kong) que, así como carecen de recursos naturales, se han impuesto grandes metas estratégicas de desarrollo.
Son aquellos que rechazan darse el lujo de tener gobiernos inestables. Basan su éxito en políticas públicas de largo plazo, en salud, educación, seguridad y medio ambiente, en su desarrollo tecnológico e industrial de punta y en sus exportaciones a gran escala. En ellos cambian y se alternan presidentes, primeros ministros y ministros. De viceministros para abajo, nadie mueve ni manipula a su antojo la pirámide de la meritocracia burocrática. Es una garantía de servicio y eficiencia.
No faltan, sin duda, algunos emblemáticos países del tercer mundo que aspiran a codearse con el primer mundo (Argentina, México, Colombia y el Perú). Estos combinan, increíblemente hasta hoy, la abundancia de recursos naturales con el despilfarro de los mismos. Si no fuera por el freno de su inestabilidad política, hace rato que podrían haber ocupado honrosos sitios en la escala de desarrollo mundial. Cada nueva oportunidad pasa a ser una oportunidad perdida.
A propósito, el Perú fue hace poco breve noticia de circulación mundial. Según El Comercio (11/2/20), el Gobierno del presidente Martín Vizcarra ha perdido en promedio un ministro cada 22 días. El gobierno de su predecesor, Pedro Pablo Kuczynski, que duró 600 días, tuvo una baja promedio ministerial cada 15 días. Estas cifras, en una nota de Martín Hidalgo, explican la creciente inestabilidad política del régimen, que no parece interesarle a nadie mientras la aprobación del presidente sobrepase paradójicamente el 60% y mientras la informalidad, igualmente creciente y de más del 60%, enmascare al Estado ineficaz casi en todo.
Los diseñadores, antes que gestores de reformas políticas, están más preocupados en crear condiciones propicias para las cúpulas de poder del futuro, que en dotar de estabilidad y capacidades a una administración estatal que en los años 90 dio señales claras de poder ser viable. Pero que sus mediocres y corruptos mecanismos internos, en sectores claves como la educación, la salud, la seguridad y el transporte, la están tornando, nuevamente, en inviable.
Los ministros descartables del presidente Vizcarra son la viva expresión de la administración estatal a la que los gobiernos de turno, desde los 90 a la actualidad, y desde mucho antes, con altos y bajos crecimientos económicos, le han negado eficiencia, meritocracia y estabilidad.
Salvadas las excepciones de regla, en la oferta ministerial de cada gobierno prevalece el afán de ostentación de poder sobre la voluntad de servicio al país. Muchas aplaudidas juramentaciones en Palacio de Gobierno suelen acabar por lo general en escándalos públicos. Alrededor del tema de conflicto de intereses hay mucho cinismo o nadie parece ser capaz de entenderlo ni de detectarlo ni de hacer un control de daño eficaz.
Con el solo hecho de no existir, más de un ministerio le haría un gran favor al país.
¡Oh, los ministros en el Perú! ¡Personajes entallados con fajín bicolor en la cintura para cada ocasión del poder, no importa cuánto dure; para cada vanidad política que rellenar, no importa si se evapora; para cada ambición personal, no importa que no tenga medida!
¡Oh, los ministros en América Latina, a los que apenas podemos ver detrás de las lunas oscuras de sus raudos automóviles, seguidos de imponentes escoltas con poco respeto por los semáforos en rojo y por las agendas sociales que no son, por supuesto, las suyas!