"No estoy menospreciando el espectáculo que tengo al frente. Por el contrario, hay tanta vida en su ejecución que la memoria se precipita en deliciosas coincidencias" (Foto: Alessandro Currarino).
"No estoy menospreciando el espectáculo que tengo al frente. Por el contrario, hay tanta vida en su ejecución que la memoria se precipita en deliciosas coincidencias" (Foto: Alessandro Currarino).
Enrique Planas

Poco a poco, gradualmente, nos vamos reconectando con la realidad “presencial” que siempre espera por nosotros, a pesar de los proyectos de Mark Zuckerberg con su distópico metaverso. Y una de estas conexiones pasa por recuperar el hábito de ir al : en “Dos de Ribeyro”, Alberto Ísola rescata dos corrosivos textos del autor limeño en el Teatro de Lucía. Las luces se apagan y sobre el espacio sagrado se activa nuevamente el ritual, ofreciéndonos algo extrañamente familiar, más allá de lo estrictamente ribeyriano. Intento descifrarlo, atento a la rigurosa sencillez del escenario, a la ordinaria naturalidad asumida por los actores, pero no lo descubro.

En “El último cliente”, minutos antes de cerrar su tienda, una costurera recibe a un hombre que le pide, con prisas, alquilar un chaqué, para luego seducirla con sus atenciones antes de salir a la carrera con el traje nuevo y el dinero de la caja. En “Confusión en la prefectura”, al flamante prefecto de Huanta se le indigesta el desayuno tras escuchar la noticia de un golpe de Estado, que le exige tomar posición en medio de la delirante inestabilidad política. Ciertamente, la denuncia de Ribeyro sobre la estafa y el oportunismo se mantienen terriblemente vigentes en un país en permanente farsa, pero hay un déjà vu, un recuerdo que aún me cuesta recuperar.

Es al escuchar los agudos gritos del actor Javier Valdés al final de su sainete que el misterio se resuelve al pensar cuánto me gustaría ver a don Alex Valle en ese papel, ocupando el escritorio del acobardado funcionario público. Por su parte, Roberto Ruiz renueva las estafas que Adolfo “papá” Chuiman urdía con Elmer Alfaro, el popular “Machucao”, en “Risas y Salsa”. Como políticos de cualquier tienda, actores presentes y pasados nos envuelven para embaucarnos con su retórica. El escenario se había convertido para mí en una pantalla, y dos obras de teatro costumbrista conectaban con el guion escrito con prisas para un ‘sketch’ cómico de risas grabadas.

No estoy menospreciando el espectáculo que tengo al frente. Por el contrario, hay tanta vida en su ejecución que la memoria se precipita en deliciosas coincidencias. Tras comentárselo al director, me recordará la tan clara línea genealógica que une el teatro costumbrista, el radio teatro y la televisión del siglo pasado. Un vínculo que se nos olvida, sea por impostado prejuicio contra la comedia o arraigado desprecio por lo popular.

Mientras tanto, en una pequeña sala teatral, la tradición del costumbrismo demuestra su espléndida vigencia uniendo, como cuentas de un mismo collar, a Manuel Ascencio Segura, Ribeyro, Alex Valle, Chuiman y esta noche teatral. Estupenda manera de ir reconectando con la realidad.