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Mezquindades de ayer y hoy
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Es una regla de larga historia en el Perú que no hay megaproyecto o megaobra de gobernante o alcalde que no pase por el implacable rodillo no solo del descontento de la gente sino de los recelos y mezquindades de autoridades y adversarios.
Todo gobernante sabe que sus grandes emprendimientos van a tener que marchar a contracorriente de la política, de las burocracias, de las corruptelas privadas y estatales y hasta de las limitaciones y fallas de sus propias estructuras de gestión.
Desde el llamado zanjón de Luis Bedoya Reyes hasta los trenes de Rafael López Aliaga, pasando por el Metropolitano de Luis Castañeda Lossio, el tren eléctrico de Alan García, la vía expresa de Javier Prado de Alberto Andrade y el nuevo aeropuerto internacional en tiempos de Dina Boluarte, no hay proyecto u obra de magnitud en Lima que no tenga registradas sus heroicas batallas sin cuartel.
Desde la carretera marginal de la selva de Fernando Belaunde hasta el puerto internacional de Chancay impulsado por Boluarte, pasando por las vías interoceánicas sur y norte de Alejandro Toledo, el gasoducto del sur de Ollanta Humala y el aeropuerto internacional de Chinchero de Pedro Pablo Kuczynski, no hay proyecto u obra pública en el interior del país que no despierte mil sospechas y mil cuestionamientos.
Como si se tratara de un desquite con la historia hay, sin embargo, obras otrora duramente combatidas que han terminado siendo una solución en la vida de la gente: la Vía Expresa del Paseo de la República; el Metropolitano de Lima; las líneas 1 y 2 del metro de Lima; y el nuevo aeropuerto internacional Jorge Chávez, de cuyos múltiples supuestos defectos ya nadie habla ni discute.
Cada proyecto u obra pública tiene su momento de crisis, su momento de prueba de éxito o fracaso y finalmente su cabeza de turco que debe responder política y a veces penalmente por lo que hizo o dejó de hacer.
Ahora le ha tocado su turno al alcalde metropolitano López Aliaga en su dura batalla de poner en funcionamiento óptimo los trenes usados traídos de California para la hoy ociosa ruta férrea Lima-Chosica-Lima. El problema no radica tanto en las condiciones de montaje, logística y licencias que deben acompañar al proyecto. El problema radica fundamentalmente en cómo tratar con el gobierno, concretamente con el ministro de Transportes y Comunicaciones, César Sandoval, no precisamente empeñado en facilitar la pronta disponibilidad social y pública de los trenes.
Llama la atención que una personalidad abierta, comunicativa y conciliatoria como el ministro Sandoval no pueda encontrar márgenes de salida o solución a algunos procesos burocráticos que son sin duda complicados, pero de ninguna manera insalvables. Hace falta también que tanto López Aliaga como Sandoval modulen mejor sus discursos y declaraciones y pasen a ocupar una buena mesa de trabajo y discusión para poner fin a sus urticantes desacuerdos. Lo que ninguno de ellos podrá desterrar es la endemoniada idiosincrasia política y social peruana, siempre cargada de desconfianza, recelo y mezquindad, más aún en tiempo de polarización electoral.

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