En estos siete años de dirección periodística (sumando los cuatro de Perú21), he sido testigo privilegiado de las virtudes y desgracias, retos y oportunidades, héroes y villanos, que explican a nuestro país. A pocos meses del bicentenario, quedan pocas dudas de que somos aún una república en proceso, una democracia en construcción, un proyecto de país desarrollado. Nuestros problemas –políticos, económicos, sociales y culturales– son, por supuesto, múltiples, pero si de priorizar se trata, empecemos por revisar los cánones básicos de una sociedad moderna.
La cifra del PBI, útil para tantas cosas, tal vez no sea prioritaria. Es cierto que la producción total resume, en un guarismo, la dinámica de nuestra economía, la responsabilidad de las cuentas fiscales y el atractivo del país para hacer negocios y alentar inversiones, crear puestos de trabajo y formalizar nuestra economía. Esto, a su vez, demanda mejoras en educación e infraestructura, lo que mejora los niveles de vida (reduce la pobreza), y así. Un círculo virtuoso.
Pero en el tope de la lista no encontramos la palabra ‘honestidad’. No es que estuviese ausente, sino que tal vez la dábamos por descontada. Craso error. Somos extremadamente tolerantes con la corrupción. No importa la ideología, el credo, la edad o la profesión de quienes lideren nuestro destino. Si estos son intrínsecamente corruptos, el resultado seguirá siendo el mismo. ¿Cómo elegir autoridades honestas bajo este perverso sistema de incentivos?
Debemos, asimismo, priorizar los valores democráticos. Nuestras autoridades pueden ser buenas o malas, pero debemos exigirles que respeten las prácticas democráticas. Debemos, además, empezar en el ámbito individual: respetando diferencias, personas, decisiones, instancias, etc. La democracia es una práctica diaria, que desde el individuo irrumpe hacia el colectivo. Sin democracia cualquiera que goce de un poder indisputable caerá en los mismos excesos, y arrastrará al país a la tragedia.
Luego están los valores liberales. Las personas requieren de libertad para lograr sus sueños y metas de vida, tanto en el plano económico como en el político e individual. ¿En qué crees? ¿A quién amas? ¿Con quiénes deseas intercambiar y con quiénes quieres departir? Estas son decisiones que residen en lo mismo: la libertad de elegir. Nuestra izquierda quiere restringir las libertades económicas; y la derecha, las individuales. El desarrollo, sin embargo, será fruto del fomento de ambas, no de la victoria de una sobre otra.
Me despido de la dirección periodística de este Diario agradeciendo al Grupo El Comercio, a sus propietarios y equipo gerencial, por la confianza y el cariño a lo largo de estos años, defendiendo la libertad e independencia del trabajo que, con una redacción talentosa y valerosa, realizamos. Y, por supuesto, a nuestros lectores, la vela que nos guía día a día.
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