Siempre he creído que en todo Congreso hay un grupo de buenos congresistas.
A pesar de que cada ciclo electoral los peruanos parecemos estar menos contentos con los representantes que elegimos, yo encuentro consuelo en tener al menos unos cuantos legisladores que –indiferentemente de su postura ideológica– considero honestos, íntegros, juiciosos y responsables.
Es una gran pena que uno de ellos haya muerto.
Hernando Guerra García tenía las cualidades que yo quisiera ver en más de nuestros políticos: apertura al diálogo, capacidad de tender puentes y humildad. En un entorno político que carece de liderazgos sólidos, su ausencia no va a pasar desapercibida.
Hoy son menos en ese pequeño grupo de congresistas que lo hacen bien. Que son coherentes, consistentes, que responden a sus representados, que no tienen una agenda oculta, que no buscan plata. Son pocos, pero están ahí. Su presencia vale más por lo que simbolizan (que es posible tener políticos íntegros) que por los cambios que puedan lograr (son tan pocos que tienen poco espacio de maniobra).
Pasamos mucho tiempo criticando al Congreso. La mayoría de las veces esas críticas son merecidas, pues en una institución conformada por 130 personas es imposible no generalizar. Por eso, hoy quiero reconocer a esos pocos que hacen bien su trabajo. Si no fuera por ellos, yo probablemente hubiera perdido la fe en el Perú hace rato. Sé que suena raro. ¿Por qué debería reconocer yo a los que hacen bien su trabajo? ¿No debería estar implícito que, si alguien es seleccionado para un puesto de trabajo, lo hará lo mejor que puede? Por lo general, sí, pero en la política no aplican las mismas reglas. Lamentablemente vemos a demasiadas personas postular (y ser elegidas) a un cargo con las motivaciones e intenciones equivocadas.
Hoy esta es la norma y los que postulan porque realmente quieren trabajar por su país son la excepción. Para revertir esto es necesario que primero entendamos que sí existen personas que quieren hacer política de manera desinteresada. Lo que necesitamos es darles el espacio para hacerlo.
Ahora, los congresistas que usted y yo, estimado lector, consideramos dignos de nuestro respeto pueden no ser los mismos. Eso es válido. Pero si empezamos por reconocer que hay alguien (así sea una persona) en el Parlamento que creemos que hace las cosas bien, podemos sentar las bases y crear los incentivos para que más personas así busquen entrar a la política. ¡Claro está que nos urge!