En realidad ni siquiera se sabe si eran tres, tampoco si eran reyes, apenas que eran ‘magos’ y que venían de Oriente. Es decir, eran hombres curiosos, inquietos; hombres capaces de mirar más allá de lo evidente, que observaban las estrellas del cielo y, seguramente, conocían las historias maravillosas que narraban algunos textos antiguos. Eran los sabios de aquellos tiempos.
Cuando era chica, el 6 de enero, Día de la Bajada de Reyes, era feriado y de alguna manera las celebraciones que habían empezado el 24 de diciembre, vísperas de Navidad, se prolongaban hasta entonces en un sinfín de reuniones familiares que, en mi caso, eran muy divertidas, llenas de bulla, de primos jugando y armando alborotos que hoy recordamos con cariño.
De esa forma comenzaba el nuevo año con una reflexión acerca de esos entrañables personajes que la tradición ha bautizado como Melchor, Gaspar y Baltasar, a quienes, conforme pasaban los días, en el Belén casero íbamos acercando al pesebre. Allí esos buscadores finalmente abrían los cofres con los tesoros que habían llevado como obsequios, para encontrarse ellos mismos con un tesoro mayor que se llevarían consigo de vuelta a casa.
Lo que estos simbolizan ha calado en la vida del mundo. Botticelli, Velásquez, Durero, Leonardo da Vinci y otros grandes pintores y escultores los han dejado a la vista del mundo; también han sido tema literario y personajes del séptimo arte, tanto así porque de alguna manera estos magos simbolizan la búsqueda del sentido de la vida.
Ya en el siglo XX, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl desarrolló la teoría de que muchas de las neurosis del ser humano son consecuencia de su incapacidad de hallar un significado y un sentido en la propia existencia. No se trata de que alguien llegue y diga cuál es ese sentido, pues es único para cada uno y cada uno debe descubrirlo y ponerse en marcha para hacerlo suyo, día a día, una y otra vez: encontrar la respuesta correcta a los problemas que la vida plantea y cumplir las tareas que esta asigna continuamente a cada individuo.
En su libro “El hombre en busca de sentido” (1946), el psiquiatra subraya: “‘Vida’ no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta... Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea”.
Contra las corrientes de moda, para Frankl es un concepto falso y peligroso el que señala que lo que el hombre necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina en biología ‘homeostasis’; es decir, un estado sin tensiones. Lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena, dice el experto.
El comienzo de un nuevo año es un buen momento para meditar acerca de cuál es la meta por la cual uno va a luchar y decidir si se queda mirando las estrellas que nos dicen maravillas o si monta el camello y se pone en marcha.