Los partidos ordinarios de fútbol duran 90 minutos y descuentos. Aunque parezca que un equipo tiene todas las de ganar en el minuto 80, porque lleva dos goles de diferencia, uno nunca debe confiarse en el resultado hasta el pitazo final. Siempre hay espacio para las sorpresas.
Está hermosa ‘lógica’ aplicable al fútbol no funciona si evaluamos la gestión del Gobierno y el Congreso que elegimos en el 2021. Estamos casi en el equivalente al minuto 60 del partido (los cinco años de mandato), y con las cifras de desaprobación presidencial y congresal (sumadas por supuesto a la realidad) es claro que las autoridades van perdiendo por goleada (arriba de tres goles).
El clásico ‘rival’ a vencer es la pobreza, la falta de institucionalidad, la delincuencia, la impunidad, la corrupción, la ausencia de políticas para la salud, educación, entre otros varios temas que afectan a la ciudadanía en su día a día.
En el caso de este ‘partido’ no veo chance alguna de que la situación se revierta. Nos jugamos el presente y futuro del país con un equipo que no tiene el nivel para jugar la Liga 1 (Primera División). Es risible escuchar a la presidenta Dina Boluarte decir que su mejor comunicación es con “resultados, hechos y obras”. Dudo que alguien le crea. Las narrativas deben tener algo de fondo, algo de realidad. En el caso del Gobierno, solo vemos fuegos artificiales.
Por el lado del Congreso, no aparece ningún cambio en el horizonte. Al contrario, todo apunta a que la legislación populista, contrarreformas y pro impunidad, seguirá en lo que resta del partido. Preocupa que no se abran espacios para debatir en serio las normas que se aplicarán en las próximas elecciones, como, por ejemplo, la forma en la que elegiremos al nuevo Senado, los reglamentos de las cámaras de diputados y senadores, así como regulaciones para promover alianzas partidarias y financiamiento privado. Estas normas no deben ser aprobadas al caballazo y bajo secretismo.
Ante la ausencia de pesos y contrapesos entre el Ejecutivo y el Legislativo nadie asume las consecuencias de nada. El costo político está huérfano. Pese a que tenemos 36 partidos inscritos y más de 30 en proceso de estarlo, hasta ahora ningún político ha sido capaz de empatizar con la ciudadanía y posicionarse frente a quienes están jugando el partido. Nadie quiere exponerse antes de tiempo.
Cuando un equipo está perdiendo por goleada se habla siempre de la vergüenza deportiva. Esto es, pese a saberse ampliamente superados por el rival, los jugadores deben seguir compitiendo, corriendo, sudando la camiseta.
Varios de los que elegimos en el 2021 tienen buenas intenciones y seguirán remando hasta el 2026. Lamentablemente, varios otros hasta parece que juegan para el rival. A ellos queda pedirles un poco de vergüenza deportiva en lo que les queda del partido. El país puede resistirlos y sufrirlos hasta las próximas elecciones, pero si volvemos a tener a este tipo de jugadores nuestro futuro será cada vez más oscuro.