Alexander Huerta-Mercado

“El de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo”, sostenía Hegel, tal vez sugiriendo que la filosofía se daba cuenta de las cosas una vez que estas ya habían pasado. Lo mismo podría decirse de las ciencias sociales y de las humanidades en general. Otras interpretaciones hablan de la capacidad de los búhos de poder ver incluso en la oscuridad, lo que los hace ser percibidos como particularmente inteligentes y hábiles. Creo que el seudónimo no le podía calzar mejor a Marca, el columnista más leído del Perú, quien a través de su columna “Pico TV” en el querido diario “” culminaba ritualmente sus líneas con la frase “apago el televisor” y firmaba como El Búho. Él acaba de dejarnos.

La cultura popular se ha definido siempre como aquella manifestación que no es consumida necesariamente por una élite económica y que va dirigida a un número grande de personas, por lo que se ha teorizado que solo ha podido existir luego de la creación de las ciudades y de los medios masivos de comunicación. Una característica de lo popular es que sus consumidores, al ser masivos, no se conocen necesariamente entre sí, y constituyen una comunidad imaginada.

Mucho se ha discutido sobre si es que, al necesitarse un medio de comunicación –léase una emisora de radio, un canal de televisión o una imprenta–, son los grupos de poder los que manipulan las mentes de la gran masa para aletargarla en pro de su fácil dominación. La realidad es que la cultura popular existe por lo mismo que es querida y, claro, puede ser usada para crear cortinas de humo. Sin embargo, en realidad, se puede usar porque preexiste a las intenciones políticas, y las propias empresas que producen contenidos dependen de manera extrema de un público que no es pasivo, sino exigente, para garantizar el consumo. Esto ha provocado que cada vez más se hayan hecho estudios de márketing, investigaciones de gustos de los usuarios, y que los productores de contenidos sean a la vez hábiles comunicadores y personas cercanas a su audiencia.

Nuestro Búho, Víctor Patiño, representaba eso. Era el intelectual que amaba su alma máter, un sanmarquino humanista seguidor de la mejor tradición de la Decana de América, alguien que no solo sabía lo que había estudiado de las ciencias sociales, sino que conocía bien la vida de su entorno y de la aventura urbana que había sido nutrida por su bohemia periodística juvenil. Por largos años nos sumergió en sus comentarios sobre la farándula, la política, su amado cine, sus aventuras infantiles en Mirones, sus pininos en distintos periódicos donde aprendió de los mejores, sus viajes, su vida universitaria intensa y hermosa como solo un sanmarquino puede narrarla.

Cada domingo el Búho narraba a sus lectores cómo amaba la literatura y, de la mano de su forma de escribir, que tomaba mucho de la conversación oral, propia de amigos que se reúnen en torno de una comida dominguera, daba voz a cronistas del nivel de Truman Capote, escritores como Ribeyro y pensadores sociales como Weber, a quienes los hacía dialogar con los políticos corruptos peruanos. Le encantaba citar a Nietzsche, a quien lo hacía pasear por las calles de Lima, y nos invitaba a reflexionar sobre lo demasiado humanos que éramos los peruanos.

El Búho se ha ido, pero se queda, porque nuestra nación necesita personas que sirvan de puente, que articulen la palabra escrita con la palabra oral, la literatura con el discurso de la calle, lo aprendido en las aulas con lo aprendido fuera de ellas. Gracias, Búho querido. Te queremos. Buen viaje, alas y buen viento.





*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alexander Huerta-Mercado es Antropólogo, PUCP