Editorial El Comercio

Un dos días atrás por El Comercio ha llamado la atención sobre un fenómeno bastante preocupante con relación a la actual representación nacional: el de las sucesivas rupturas producidas dentro de las bancadas que originalmente la conformaron.

No se trata, por cierto, de un problema inédito, pues el descalabro de los grupos parlamentarios una vez que, tras las elecciones, los legisladores ocupan sus curules ha sido un patrón verificable en los distintos Congresos que hemos tenido a lo largo de este siglo y aun antes. Lo que ha ocurrido en la plaza Bolívar entre el 28 de julio del 2021 y el presente, sin embargo, ha batido todos los récords. En menos de tres años, efectivamente, han funcionado 17 bancadas en el interior del pleno. No todas al mismo tiempo, por supuesto, pues con la misma velocidad con la que se forman, luego algunos de esos grupos se disuelven. Hoy por hoy, por ejemplo, existen 12 bancadas y dos decenas de representantes no agrupados. Si consideramos que el está integrado por 130 miembros, se distingue la dimensión del despropósito.

Esta situación resulta inconveniente por varias razones. Por un lado, porque la formación de mayorías –que es lo que se necesita para sacar adelante iniciativas legislativas y políticas (como, por ejemplo, la censura de un ministro)– se hace sumamente difícil. Y, por el otro, porque la oferta hecha a los votantes antes de las elecciones es traicionada. Cuando un partido o una alianza de organizaciones se presenta a los comicios legislativos, en efecto, lo que les está diciendo a los electores es: nosotros somos un equipo en el que todos estamos de acuerdo con estos determinados proyectos o ideas, y una vez que estemos sentados en el Congreso trabajaremos cohesionadamente para que salgan adelante… Y lo que termina ocurriendo es que las agendas personales afloran rápidamente y los elegidos, desentendiéndose de su mandato, proceden a separarse de sus supuestos compañeros de viaje para juntarse con otros con cuyas ideas supuestamente no coincidían, para por último separarse también de estos e ir a amontonarse con otros más, que a su vez han emigrado de una conformación parlamentaria distinta. Lo que tenemos es, pues, una auténtica babel de bancadas.

El fenómeno, en realidad, es transversal a ellas (ninguna de las bancadas que llegaron al Congreso casi dos años atrás se ha mantenido inalterada), pero hay que decir que en algunas es bastante más pronunciado que en otras. En ese sentido, ningún caso es tan llamativo como el de Perú Libre: de los 37 integrantes con los que llegó al hemiciclo, . Los restantes 27 se dispersaron, unos más temprano que otros, para constituir grupos parlamentarios como el Bloque Magisterial, Perú Bicentenario y otros que, como Perú Democrático, tuvieron . Desde la trinchera izquierdista que todas esas conformaciones habitaban se acusaba y se acusa todavía a “la derecha” de haber obstaculizado en su momento al gobierno de , pero la verdad es que ellas mismas y la proliferación de sus divisiones fueron una de las adversidades más grandes con las que el exmandatario, ahora en prisión por haber dado un golpe de Estado, tuvo que lidiar durante su penoso paso por el poder.

El problema que describimos, no obstante, se ha manifestado también en Fuerza Popular, Renovación Popular, Alianza para el Progreso, Acción Popular, Podemos Perú y hasta en el Partido Morado, que, si bien nunca tuvo el número suficiente de congresistas como para formar una bancada, ahora se ha quedado sin un solo representante en el hemiciclo… Lo que, en última instancia, confirma aquello que ya en otras oportunidades hemos señalado . A saber, que lo que los partidos ofrecen a los electores cada cinco años no son grupos de personas que comparten convicciones sobre lo que se debe hacer por el país, sino solamente una aspiración de poder.

Editorial de El Comercio

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