Editorial El Comercio

La escasez de lluvias en es un problema serio, cuyas consecuencias todavía no terminamos de padecer y, sin embargo, nada tiene de nuevo.

Decimos que es serio porque no solamente afecta la provisión de agua de los pobladores de esa región, sino también la producción agrícola y la generación de energía. Y afirmamos que nada tiene de nueva porque, sin ir muy lejos, el año pasado enfrentamos una situación semejante, y los indicios de que nos avecinábamos a un trance similar asomaban ya por doquier. Los de hace algunas semanas, por ejemplo, obedecían a ese mismo cuadro. Pero nada de eso fue razón valedera para que las autoridades de todo nivel tomasen las precauciones necesarias. Recién hace unos días, el Gobierno ha declarado la emergencia hídrica de Piura, y no queda claro qué acciones concretas traerá la declaración consigo.

Algunas cifras pueden ayudar a dar una idea de la magnitud de la crisis que enfrentamos. Como se sabe, la represa de Poechos es la más grande del país y cuenta con una capacidad para almacenar mil millones de metros cúbicos de agua. Pues bien, esa capacidad se encuentra hoy de lo que solía ser. Y, por supuesto, no es una reducción que se haya producido de la noche a la mañana, sino como consecuencia de un proceso paulatino, que no fue advertido oportunamente.

Por otro lado, si normalmente solo un 15% de la población de Piura dispone de los servicios de agua y desagüe durante las 24 horas, es de imaginar lo que esta escasez puede ocasionar. En lo que concierne a la generación de energía, 13 hidroeléctricas a lo largo y ancho del país están en riesgo de no poder cumplir su cometido. Y eso obligaría a echar mano de otros recursos, más costosos, para compensar el déficit energético: primero, el gas; y luego, el diésel, que podría acarrear un aumento en las facturas de la luz de más del 100%.

Todo esto, sumado al impacto de la ausencia de lluvias en la agricultura, se traduce en un deterioro de la economía cuando todavía no hemos terminado de recuperarnos de los golpes que supusieron la pandemia, la agitación política y en los últimos años. Y la sensación general es que las autoridades encargadas del problema están reaccionando de manera insuficiente y tardía. Mientras tanto, Piura sigue en espera, no solo de las lluvias, sino también de la resolución de quienes deben tomar cartas en el asunto.

Editorial de El Comercio

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