“Palabra de maestro” es la frase con la que el candidato a la presidencia Pedro Castillo suele cerrar casi todos los comunicados que emite y los pronunciamientos que hace. Sobre todo, aquellos que surgen luego de hechos polémicos que lo tienen como protagonista y que sacan a relucir su vena autoritaria y la de su partido. En concreto, la expresión la ha venido utilizando para “garantizar” la credibilidad de afirmaciones que, en realidad, son contradicciones. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, cuando pasó de decir que quería “desactivar” la Defensoría del Pueblo a asegurar que la quería “fortalecer” o, recientemente, cuando pasó de despotricar contra los medios de comunicación –generando actos de violencia contra los periodistas que cubrían su campaña– a asegurar, ayer mismo, que respetaba su trabajo.
En fin, una serie de episodios que ponen en tela de juicio la solidez de la palabra del maestro y que, lamentablemente, parecen ser un modus operandi. Porque ejemplos de la fragilidad de sus posturas sobran.
Quizá la muestra más palmaria de ello tenga que ver con el plan de gobierno que Perú Libre presentó al Jurado Nacional de Elecciones. Se trata de un trámite que todas las agrupaciones que compiten en la contienda deben cumplir y que sirve para que los electores puedan hacerse una idea de lo que los postulantes harían de alcanzar el puesto al que aspiran. Sin embargo, la cabeza de la fórmula de este partido identificó, confirmado su acceso al balotaje, que el radicalismo del documento presentado al ente electoral y la pobreza de este en materias como la lucha contra la pandemia no le iban a ayudar en el tramo final de la disputa. Ello supuso el anuncio de diversos planes alternativos y el supuesto descarte del anterior (era, según dice, “un ideario que se construyó antes de la pandemia, pero hoy estamos en una pandemia”).
En esa misma oportunidad buscó desentenderse del líder de su partido, Vladimir Cerrón, y de las frases abiertamente antidemocráticas de algunos de los congresistas que su campaña llevó al Parlamento. Con el tiempo, empero, no solo reafirmó alguno de los sentimientos expresados en el referido plan (como el rechazo a la libertad de prensa), sino que los complementó con otras ideas descaminadas sobre las que él mismo elaboró en diferentes mítines y entrevistas (como su intención de desactivar la Defensoría del Pueblo y el Tribunal Constitucional, su pretensión de indultar a Antauro Humala y su intención de interferir en el trabajo de la Sunedu y desaparecer entes como la ATU y la Sutrán).
A lo anterior se suma su tibia reacción al audio en el que Guillermo Bermejo se refiere explícitamente a un plan dictatorial (distinto a las “pelotudeces democráticas” a las que alude). Solo se limitó a decir que rechazaba dichas expresiones, sin siquiera mencionar al virtual legislador. Luego solo ha anunciado que se le someterá a un tribunal de honor, como si lo meridiano de lo dicho por Bermejo requiriese algún tipo de reflexión antes de ser condenado enfáticamente.
Castillo también se ha esmerado por contradecir las proclamas y pactos que firmó con algunos actores políticos poco después de haberlos suscrito. De hecho, el episodio del miércoles contra la prensa, como bien ha señalado la Asociación Civil Transparencia, vulnera la Proclama Ciudadana sobre la que juró junto con la candidata Keiko Fujimori. Lo mismo ha ocurrido con su insistencia en convocar un referéndum por una asamblea constituyente, figura no contemplada en la institucionalidad vigente.
En esa misma línea, Perú Libre no ha sido prolijo a la hora de cumplir con el documento que firmó con otros grupos de izquierda, al insistir con expresiones abiertamente autoritarias. Los grupos en cuestión, empero, tampoco se han interesado por fiscalizarlo.
Así, queda clara la fragilidad de la palabra del maestro y, con ella, la poca credibilidad de sus promesas de que en un eventual gobierno suyo se respetará el Estado de derecho. Y, a estas alturas, no parecen haber gestos que pueda ejecutar para granjearse un poco de confianza.
Contenido sugerido
Contenido GEC