Una mano negra se esparce sobre la candidatura de Luis Castañeda. No puedo más que preguntarme si es casualidad que esta tacha venga justamente cuando Luchito ha comenzado a ampliar su repertorio: habla y dispara. Si ya nos tenía conquistados con esa sonrisa estrellada de pícaro, callada y cómplice, ahora ha descubierto de súbito la ventaja de la conversación. Y no de cualquier conversación sino precisamente de aquella donde la espontaneidad le permite dar rienda suelta a su talento para el sabor y la agudeza.
Tenemos ahora que casi inmediatamente después de su particularmente feliz intercambio en un cerro de Lima con Beto Ortiz (porque esa es la clase de persona que es, un hombre cercano al pueblo) lo tacharon. Justo cuando ya había explicado las razones de su previo silencio: él no cree en la competencia desleal, prefirió callar para permitirle a los otros candidatos tener la oportunidad de hablar. ¿Se imaginan qué antidemocrático hubiera sido, de lo contrario, tener 100% de intención de voto en las encuestas?
La tacha viene también después de que, con mucho tino, pidiera que paren aquellos rumores de una inexistente enfermedad; no por él, no, sino por lo discriminatorio que suena que se insinúe que alguien con una enfermedad grave podría no ser la persona más apta para gobernar: “¿Cualquier persona que tiene diabetes sería discriminada?”, preguntó molesto. Más importante aún, lo bloquearon de carrera cuando ya había puesto fin a las acusaciones que lo asocian a Comunicore y el narcotráfico: “O sea que ahora soy narco. Ni fumo siquiera, ni bebo. No, es un absurdo”.