Ganarle a Donald Trump en los Estados Unidos, un país hoy polarizado y con temores, no es nada fácil. Aunque, por lo demás, Trump no es un fenómeno solo estadounidense: Europa tiene los suyos y nuestro continente también –Jair Bolsonaro y Javier Milei son dos ‘buenos’ exponentes del trumpismo latinoamericano–.
¿Por qué los demócratas no pudieron responder con éxito a los discursos del candidato republicano, acusado de múltiples delitos, con un discurso racista y dispuesto incluso a destruir el sistema democrático? Lo primero: el enmarcado de su campaña, su lema principal, “Make America Great Again” (“Hagamos que América vuelva a ser grande”), despierta un gran poder de identidad y de convocatoria. Tanto que se ha convertido en una contraseña de fidelidad casi religiosa.
Al margen de su orientación política, el lema es útil porque recoge tradiciones poderosas, aspiraciones y miedos de un alto número de estadounidenses. Desde que se fundara, su tradición política está fuertemente impregnada de un nativismo blanco que hoy recobra vigor por el sentimiento de crisis interna y de creciente pérdida de su hegemonía global. El lema trumpista reclama el pasado glorioso y propone enfrentar el presente con una agresiva y antidemocrática voluntad de victoria. Los supuestos males que acarrearía la inmigración y el enorme desafío que representa China sirven de justificación para su política proteccionista y su iliberalismo.
A ese victorioso lema central debe agregarse el estilo de liderazgo de Trump, disruptivo, provocador –el bravucón acaudalado– y, de una particular manera, antiélite. Un poderoso “combo” político e ideológico que despierta hasta devoción en un sector de sus simpatizantes.
El Partido Demócrata, por su parte, al margen de los errores de campaña o de los aspectos negativos de la herencia de Joe Biden –inflación y aspectos criticables de su política internacional–, no expresa un proyecto de cambio y renovación para su país. Ha terminado por enarbolar un discurso autocomplaciente cuando, por ejemplo, no toma en cuenta la creciente desigualdad social interna. Junto con eso, le faltó un mayor compromiso con su bastión tradicional: las clases trabajadoras estadounidenses.
Los ciudadanos de EE.UU. quieren cambios y Donald Trump se los propone desde una utopía ultraconservadora, mientras que los demócratas están instalados en la defensa de un consenso neoliberal en crisis y de una democracia que –salvo esfuerzos puntuales como los de Barack Obama– no alcanza a resolver problemas básicos como la falta de acceso universal a la salud.