"El símil entre Rafael López Aliaga y su tocayo Rafael Correa aparece como más apropiado para reflejar su animadversión hacia la prensa". (Foto: Britanie Arroyo / @photo.gec)
"El símil entre Rafael López Aliaga y su tocayo Rafael Correa aparece como más apropiado para reflejar su animadversión hacia la prensa". (Foto: Britanie Arroyo / @photo.gec)
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Andrés Calderón

No me incomoda ver en portadas y televisores a , a diferencia de quienes claman que la cobertura mediática “levantó” su campaña.

Paradójicamente, López Aliaga representa, hoy, el principal peligro para la libertad de prensa. Pero las peores amenazas son las fantasmas, así que es mejor exponer abiertamente los ataques del candidato de Renovación Popular contra las libertades informativas. Solo hay que hacerlo bien.

Hay dos frentes en los que el postulante “celeste” guerrea contra el oficio periodístico.

El primero es el de la desinformación. Difunde “noticias” que no son ciertas, apelando a los temores de las personas o jugando con sus esperanzas. Miente descaradamente cuando dice que a otros países le sobran vacunas y que el Perú es el único que compró las dosis del laboratorio . Niega la eficacia de estas últimas para generar más indignación en el público, con base en una lectura incorrecta de un informe preliminar de un estudio clínico no concluido. Aboga por el uso de la ivermectina, pese a que el propio laboratorio que la fabrica (Merck) advierte que “no hay evidencia significativa de actividad clínica o eficacia clínica en pacientes con enfermedad ″. Es, pues, un negacionista de las ciencias de la salud y, con ello, de la búsqueda de la verdad que el periodismo procura. Y hace poco constatamos que sus mentiras no eran nada “piadosas”, sino que se guarecía en estas falsedades para buscar la vacancia del presidente Francisco Sagasti.

El segundo es el del amedrentamiento. López Aliaga embiste al periodismo independiente con el mismo libreto que el fujiaprismo obstinado en el Congreso: “la prensa mermelera”. Aquí combina las ‘fake news’ con la bravuconada. ¿Cuál es el sustento para su acusación? ¿En qué caso específico se otorgó publicidad estatal de manera indebida? ¿Tiene evidencia de que la línea editorial de un medio haya sido determinada por un pago estatal?

Cuando se enfrenta a una pregunta incómoda, ataca al entrevistador. Sucedió con el periodista Óscar Torres de “Trome”, quien soportó varios de sus insultos, y con el periodista Sebastián Ortiz de El Comercio, a quien acusó de sicariato periodístico. A cualquier periodista que se precie de serlo, y con independencia de sus propias creencias, debe preocuparle la actitud intolerante y agresiva de López Aliaga contra la prensa.

“Si usted publica algo de mí y de esas denuncias, yo la denuncio ante el Poder Judicial”, fue la amenaza que López Aliaga profirió contra la periodista Zarella Sierra en el 2011, cuando reportó sobre las más de 170 demandas que el entonces postulante al Congreso por el partido de Castañeda Lossio había entablado contra decenas de funcionarios públicos y ciudadanos por igual. Y ese es el tipo de acometidas que uno podría esperar de un político –no es nuevo, ni outsider; postula a cargos públicos desde el 2006– que llevó en su lista parlamentaria del 2020 a personajes como Luciano Revoredo –defensor del Sodalicio e insistente querellante de la periodista Paola Ugaz– y Juan José Muñico, líder de “La Resistencia” y condenado por difamación.

En fin, aunque los motes de “el Bolsonaro peruano” o “el Trump criollo” suelen pulular las redes sociales, el símil entre Rafael López Aliaga y su tocayo Rafael Correa aparece como más apropiado para reflejar su animadversión hacia la prensa.

El ecuatoriano culminó su mandato presidencial con un récord de más de 2.000 agresiones contra la libertad de expresión y 477 sanciones administrativas y económicas contra medios de comunicación y periodistas, según la organización Fundamedios. Un aterrador vistazo de lo que puede suceder cuando un político de diminuta correa llega al poder.

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