Mabel Huertas

En el populoso distrito de San Martín de Porres, en los exteriores del hospital Cayetano, dos mujeres de garganta poderosa se encargan de pedir a los peatones su documento nacional de identidad a cambio de una gaseosa al tiempo y un paquete de galletas de soda. Algunos curiosos se acercan y aceptan el trato, no sin antes preguntar lo lógico. La respuesta no parece sorprender: los DNI y las firmas terminan en planillones para la inscripción de un partido político, de un “emprendedor de Gamarra”. No me pidan recordar el nombre de la organización y es que es casi imposible memorizarla ante la monstruosa cifra de cerca de 50 partidos que podrían presentarse a las próximas elecciones generales.

La situación hasta ayer por la tarde contemplaba 31 partidos inscritos y diecinueve (19) en proceso de inscripción, cuatro de estos en etapa de tachas. El último partido en lograr su inscripción ha sido Obras, del inacabable exalcalde de Lima Ricardo Belmont.

Las próximas elecciones generales van a ser extenuantes, no solo gracias a este incentivo pernicioso que ha permitido, con criollada de por medio, que un número histórico de partidos aspire a competir, sino también porque el premio “consuelo” para el que no gane podría ser el Senado. Resulta un buen negocio, tanto más para quienes deciden “ceder” su estructura partidaria a candidatos con alguna esperanza o complejo mesiánico.

De cumplir todas estas organizaciones con los requisitos, más que cédulas de votación, necesitaremos un compendio o catálogo para un elector desganado y desconfiado, que además deberá enfrentarse a otro número exorbitante de candidatos a diputados y senadores. Algo así como elegir “minions”, esos personajes amarillos y pequeños, algunos torpes y desesperantes, difíciles de distinguir uno del otro.

Estamos embarcados en una campaña larga y agotadora. El calendario electoral que colocaba como límite el 12 de julio para que candidatos a la presidencia, vicepresidencias y buena parte de candidatos al Congreso se afiliaran a los partidos ha revelado al fin el abanico de intenciones, incluyendo a un nutrido grupo de tránsfugas en el Legislativo.

Sin duda, el pase que más ha alborotado es la afiliación de Alberto Fujimori a Fuerza Popular y la adelantada confesión de su hija Keiko sobre la candidatura presidencial de su padre. Más allá de las discusiones en torno de si es o no es posible legalmente que el veterano exmandatario asuma tal papel o si es una estrategia del fujimorismo, el hecho es que faltando exactamente dos años para que Dina Boluarte acabe con su mandato las elecciones presidenciales ya están en agenda.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mabel Huertas es socia de la consultora 50+Uno