A dos meses de inaugurado el Gobierno, la sensación más extendida es que lo único permanente es el caos, el desorden y la improvisación. Atribuir este escenario solo a la oposición –sobre todo de extrema derecha– que pide su caída, es ser indulgente. Hemos afirmado que, a diferencia de cualquier presidente que se empodera legítimamente del cargo, Pedro Castillo ha permitido que el Poder Ejecutivo sea un espacio de disputa por el poder entre él, Vladimir Cerrón y su buró político.
Esto no quiere decir que sean enemigos irreconciliables ni que no tengan puntos de encuentro, sino que cada uno responde a redes personales y políticas que les demandan presencia y espacio en el Gobierno. Los une sí, una narrativa binaria efectista, sobre todo en lo concerniente al centralismo limeño y la relación entre las élites y el pueblo. De esta manera, dos sectores al interior del Ejecutivo libran una guerra de baja intensidad, aun cuando la intensidad cada vez es menos baja.
Los cerronistas se dan el lujo –con su jefe Vladimir Cerrón a la cabeza– de enmendarle la plana al propio presidente, presionándolo y hasta amenazándolo a punta de tuits, sin que se le mueva el sombrero a un mandatario que no logra entender que su puesto –para el que millones de electores votaron pensando que era la esperanza del cambio– exige su presencia y liderazgo. Por eso, los castillistas desesperadamente tratan de responder y aclarar lo que supuestamente el Gobierno quiere hacer e interpretar al presidente en su ya instalado silencio.
Esto es lo que ha ocurrido en el último capítulo de esta temporada sobre el tema del gas de Camisea que se inició con un tuit de Guido Bellido seguido de otros y terminando, finalmente, con el del propio presidente Pedro Castillo, que aclaró el tema.
Se trata, pues, de la comunicación gubernamental a través de tuits, pero el tema no tiene nada de moderno: se trata de la clara manifestación de un embrollo que notifica la falta de liderazgo y la continua erosión de la imagen presidencial. Y, con ello, se impone la figura de un Gobierno bicéfalo. Todo esto en medio de rumores sobre cambios en el Gabinete que encabezaría el mismo Guido Bellido.
¿Por qué esto lo permite el presidente Pedro Castillo? Una respuesta es que esté desbordado en un cargo que nunca pensó alcanzar, en un país como el nuestro, con graves fracturas históricas y tremendos problemas actuales de diverso tipo que generan demandas insatisfechas. Su círculo de confianza es pequeño e incapaz de poder ocupar altos cargos públicos y, si lo hace, no cumplen con los perfiles necesarios. Perú Libre, con todo lo minúsculo que es, tiene capacidad de reclutar y ofrecer, clientelistamente, cargos en el Ejecutivo; por lo tanto, lo necesita. Pero mientras más pasa el tiempo y el buró de Cerrón se instala, más difícil será distanciarse o romper con él. Por un lado, porque quizá teme tenerlo al frente de duro opositor y, por otro lado, por considerar que se quedaría aislado a merced de una oposición en la que algunos sectores lo quieren derrocar. El problema es que esa indefinición lo achica como mandatario, lo oscurece como líder y pierde el respeto ciudadano y de sus propios enemigos políticos.
Aquellos que creen que, por todo lo visto hasta ahora, el Gobierno nos conduce a Cuba, Venezuela o Nicaragua, desconocen los procesos políticos de aquellos países. No porque en el Gobierno y, sobre todo en Perú Libre, no los consideren faros a seguir, sino porque ninguno de esos países logró construir su autoritarismo con tan poco.
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