(Foto: EFE)
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Iván Alonso

El cabezazo de Alberto Rodríguez que sale ligeramente desviado; el taco de Paolo Guerrero que pasa junto al palo; el tiro de Jefferson Farfán que tapa el arquero con un pie; y tantas otras oportunidades de gol que se nos escaparon por poco… El hincha llega, resignado, a la conclusión de que el arco se cerró. Pero, viniendo de un analista, la conclusión sería inaceptable. No está bien esquivar el análisis con un aforismo.

¿Cómo es eso de que el arco se cerró? ¿Acaso Trump construyó un muro en la línea de gol? ¿O pegó la Sunat un cartel que decía “clausurado”? Si queremos entender lo ocurrido, en cuestiones de fútbol, así como en otras, tenemos que hallar un elemento que conecte (o desconecte) el propósito y el resultado.

El nerviosismo de los jugadores es una explicación, a primera vista, plausible. Pero ¿por qué el nerviosismo nos haría apuntar sistemáticamente fuera del arco? Los nervios pueden quitarle unos centímetros de precisión al remate, pero hay siete metros treinta y dos para acertar.

La mala suerte también puede ser una explicación, pero una explicación que se hace menos y menos verosímil con la cantidad de goles perdidos. El clérigo inglés Thomas Bayes elaboró en el siglo XVIII un concepto de probabilidad basado en la actualización de nuestras creencias u opiniones subjetivas en función de los hechos observados. Perderse un gol es, como diría el entrenador uruguayo Óscar Tabárez, una circunstancia del juego; les ocurre a casi todos los equipos en casi todos los partidos. Perderse dos es menos frecuente, pero sucede. Perderse tres, cuatro o cinco es raro; perderse diez es muy raro; y perderse 15 es rarísimo. ¿Cuál es la probabilidad de que tanto yerro se deba a la mala suerte?

Si es, como creemos, bajísima, entonces, quedan solamente dos posibilidades: o Perú atacó muy mal o Francia y Dinamarca se defendieron muy bien. La primera se descarta sola. No estaríamos buscando resolver el misterio si Perú no hubiera creado todas esas oportunidades de gol y, sobre todo, oportunidades tan diversas: delanteros, volantes y defensas; de cerca y de lejos; por arriba y por abajo; por la izquierda, por el centro y por la derecha. La única explicación está, a nuestro juicio, en la defensa de los equipos rivales.

Uno se engaña pensando que la defensa de esos equipos no ha sido efectiva por el hecho de que hayamos podido rematar tantas veces al arco. Pero hay que ver en qué condiciones hemos podido rematar. Un tiro puede salir desviado por mala suerte o también porque el jugador no puede patear con comodidad. Basta que el marcador le cierre el ángulo o lo obligue a patear apurado para disminuir las chances de que la pelota vaya al arco.

Lo mismo puede decirse de la defensa peruana en el partido contra Argentina en la Bombonera por las eliminatorias. Si Messi erró tantas veces será porque no tuvo el espacio o el tiempo que suele tener cuando acierta. No es que la suerte no haya jugado un papel esa noche; la pregunta es si fue más importante o menos que lo habitual.

Como vimos ayer, uno de los problemas que Gareca tenía que resolver era cómo hacer para que nuestros jugadores llegaran al área con comodidad, sin tantos rivales a su alrededor presionándolos en el momento de definir; generando, como diría un francés, oportunidades claras y distintas.