Para ser primer ministro en el Perú se necesitan al menos diez centavos de don de mando dentro del Gabinete y otros tantos de habilidad para articular con operadores políticos en el Congreso. Gustavo Adrianzén, lamentablemente, no rebosa ninguna de estas virtudes. Su liderazgo es tan persistente como esas chispas navideñas que en segundos se convierten en puro humo para perderse en la intrascendencia.
Es cierto que cargar con la coordinación de un Ejecutivo sin luces, liderado por una presidenta esquiva a la realidad (y a la popularidad), no es tarea fácil, más aún con ministros sin brillos en sus carteras. Y, si bien se supone que el primer ministro debe equilibrar ese déficit de imagen, la presencia de Adrianzén hace rato dejó de sumar.
Adrianzén, premiado por olvidar su estatus diplomático y defender a la presidenta Dina Boluarte en la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, lleva casi ocho meses con el ajustado fajín, pero su voz ha sido eclipsada por el vocero presidencial, Fredy Hinojosa. La reciente farsa con el caso del condominio Mikonos no solo lo dejó en evidencia, sino que agregó un toque cómico, y penoso, a la caza de Vladimir Cerrón.
Otro terco tropiezo verbal fue la celebración de la captura de Iván Quispe Palomino, a quien el primer ministro acusó de “criminal y terrorista”, un error que les valió a él y al ministro del Interior, Juan José Santiváñez, una querella por difamación agravada.
Hoy, Adrianzén arrastra un 78% de desaprobación (según El Comercio-Datum) y con los últimos eventos y escalada de la delincuencia la cifra podría ser aún mayor en las próximas semanas. Dina Boluarte, entre tanto, enfrenta un dilema incómodo. Mantener a Adrianzén es una apuesta arriesgada en medio de un clima de inseguridad y descontento generalizado. Un cambio de presidente del Consejo de Ministros post-APEC podría devolver algo de oxígeno a su gobierno y aliviar la presión que enfrenta en este momento.
Quién sabe, una mejor elección –¿será posible?– podría rescatar a la presidenta de los pocos centímetros que la separan del suelo. Quizá sea tiempo de que Boluarte lance de nuevo la baraja y se anime por una ruptura alturada, en buenos términos, si aún queda en su entorno alguien de confianza. De lo contrario, que el primer ministro pase a un segundo plano.