Hay una frase que desde hace unos días viene dando vueltas en mi cabeza: “Ningún país quedará al margen de la inteligencia artificial (IA)”. Las pronunció hace exactamente una semana James Cleverly, secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno Británico. Pero para que se entienda mejor por qué llamaron mi atención, es importante el contexto en que se pronunciaron: la primera sesión que tuvo el Consejo de Seguridad de la ONU para debatir la posible amenaza para la paz y la estabilidad de los países por la llegada de herramientas que tienen como soporte la IA.
Cleverly se sumó al llamado hecho por el secretario general de la ONU, António Guterres, sobre que es necesario alcanzar el mayor consenso posible entre las naciones para enfrentar lo que se puede venir con estas tecnologías. Guterres había dicho previamente que, más allá de los beneficios que conllevan, también pueden ser utilizadas por el crimen organizado, terroristas y demás actores con el único fin de generar muerte y daño físico o psicológico a “una escala inimaginable”. Por ello, consideró que la ONU debería sentar las bases para salvaguardar un buen uso de la IA, actuando como un organismo regulador y vigilante de sus prácticas en el mundo.
Es inevitable no pensar en el Perú tras escuchar estas advertencias. En un país donde campean el crimen, la corrupción y la impunidad, donde hay una crisis de valores alarmante, con instituciones precarias, pobreza y abandono, gobernado por una clase política totalmente desprestigiada, con una presidenta acusada de plagio, entre otras cosas, con un Congreso donde la norma son los ‘mochasueldos’ y el beneficio propio mientras se dejan relegados temas prioritarios como, por ejemplo, mejorar el sistema educativo… ¿Qué se puede esperar? Pues si ya desde hace años estamos dentro de un pozo del que aún no tocamos fondo, lo que se espera es que este sea recubierto por un pantano.
Solo por citar unos ejemplos, con un mal uso de la IA se pueden exacerbar las campañas de desprestigio, hacer más intensa y sofisticada la difusión de noticias falsas o tendenciosas, más aún en un contexto tan polarizado como el nuestro y donde hay medios que confunden información con propaganda. Y no solo ello; la delincuencia común puede ir sacándole provecho a medida que se va perfeccionando esta tecnología. Pues, a fin de cuentas, somos nosotros, los humanos, los que usaremos esta herramienta (para bien o para mal) de la que ningún país quedará al margen. Y de alguna manera seremos nosotros –aquí hablo de los peruanos– los responsables si este pozo en el que estamos es recubierto por un pantano hediondo del que sea casi imposible salir.