Enrique Planas

Acompaño al escritor a presentar su más reciente libro, “Infarto en la cruz”. Se trata de uno de nuestros mejores autores de vena cómica, por no decir el único, pero en el auditorio preparado en la acogedora librería de San Isidro que nos convoca están solo sus grandes amigos de generación, algunos colegas del semanario “Monos y Monadas”, y contados lectores, siempre tenaces.

Su novela cuenta la historia del Cristo Jorge, personaje que, tras su muerte representando a Cristo durante la representación en Chaclacayo de la Semana Santa, se convierte en la piedra angular en la que se funda un insólito culto popular, mientras la autoridad católica local ningunea sus milagros y critica a los devotos que rápidamente lo incorporan a su sincrético santoral. Con su lucidez del humorista, Freire nos muestra cómo en su marginalidad aparente, las manifestaciones de la fe informal terminan gestando la modernidad popular que hoy nos define.

Su editor, a manera de broma, nos dijo que al final de la presentación abriría un “vinito de misa” para, tras la transustanciación de rigor, brindar con sangre sagrada. Me permití sugerir la necesidad de llevar agua bendita para arrojarla tanto al autor como a su libro, como parte de una performance mística, mientras lo acusábamos de alta blasfemia, con el mismo fervor con que el fraile Jorge de Burgos intenta asesinar a Guillermo de Baskerville en “El nombre de la rosa”, cuando en su abadía benedictina le entrega la segunda parte de la “Poética” de Aristóteles, para que muera al contacto de las envenenadas páginas del capítulo dedicado a la comedia. Quien haya leído la novela (o visto la película), recordará que el ciego sacerdote odiaba los postulados del filósofo griego, pues en su mentalidad medieval, la risa resultaba enemiga de la Iglesia: permisible como distracción del vulgo, pero peligrosa cuando nacía del intelecto.

A manera de un exvoto labrado en brillante plata, en sus magníficas descripciones e irónicas visiones místicas, Freire da cuenta de las intimidades místicas del santo popular, en una divertidísima y lúcida exaltación de nuestra cultura criolla. Y como lo religioso siempre es político, sugiere cómo la fe, mediante sus rituales, mitologías y fetichismos, puede ser tanto instrumento de dominación como de cohesión social. En tiempos como los que vivimos, entre tantas novedades literarias, la novela breve de un maestro poco reconocido resulta urgente: nos propone descreer de iluminados y apoteosis, sean estas religiosas o políticas. Volviendo a la “Poética” de Aristóteles, su humor nos hace personas sin temor, libres gracias a la risa. Los lectores le damos las gracias al autor por el favor concedido.

Enrique Planas es redactor de Luces y TV