La ruta de la corrupción develada suele ser esta: te corrompes, corrompes a otros y uno de ellos te echa ante la justicia. Pero hay una ruta desviada y pervertida que está tomando cuerpo en algunos casos: te corrompes, corrompes a otros y luego los echas para que te perdone la justicia. Esta última es la pretendida ruta de algunos aspirantes a colaboradores eficaces, como Sada Goray –según admite su abogado, Telmo Zavala–, de quien, hasta hoy, solo han trascendido declaraciones fiscales que echan a subalternos (Pilar Tijero y su primo Mauricio Fernandini), mas no a sus socios o a personajes que podrían estar por encima de ella.
La percepción sobre los trascendidos de lo dicho por Sada Goray en sus manifestaciones fiscales es que ha colaborado poco o nada. De Salatiel Marrufo, su contraparte en el gobierno, sí consta que ha colaborado con eficacia. Claro, él estuvo preso y ajochado por siete meses. Goray está libre y reside en el extranjero con generosas prerrogativas procesales. En las únicas entrevistas que dio, en diciembre pasado, desde el extranjero, intentó posar como extorsionada. O sea, en sus únicas apariciones públicas ha mentido en lo esencial. En realidad, la fiscalía colabora eficazmente con Sada más que Sada con la fiscalía. Dina Boluarte, que sí tiene ciertas prerrogativas de ley ante la justicia, ¡colabora más que Sada Goray!
El Caso Sada Goray es una metáfora del estado de la lucha anticorrupción: débil y pervertida. El sentimiento antipolítico reclama sangre de políticos, y la fiscalía logra saciar esa sed. De ahí que, incluido Pedro Castillo, haya tanto expresidente preso o procesado. Pero sus contrapartes privadas en las tramas corruptas (hoy presuntas, pero con contundentes pruebas), como Goray, quedan libres para seguir corrompiendo a otros gobiernos.
Miren, si no, a la ministra de Vivienda, Hania Pérez de Cuéllar, admitiendo que varias áreas de su cartera, favorita de los corruptos porque está llena de proyectos de ejecución aislada, sigue penetrada por la corrupción y no tiene las herramientas políticas y administrativas para botar a todos los sospechosos. Lo mismo puede estar sucediendo en otras carteras y entidades públicas con cabezas menos mediáticas y locuaces que la ministra.
Al entrar Boluarte, cambió radicalmente al último gabinete de Castillo, el de Betssy Chávez, por uno técnico, y eliminó, de esa forma, la cuota política con la que este mantenía a sus aliados. La apuesta técnica fue, en principio, una apuesta de integridad. Pero si el gobierno no iza la bandera anticorrupción y se la comunica a sus ministros, nada cambiará. Por el contrario, la debilidad e inexperiencia política de los ministros los hace vulnerables a pedidos del Gobierno y del Congreso. A través de ellos es que se cuela y normaliza la corrupción. Dina y Alberto, icen la bandera anticorrupción, pues seguimos enfangados.