
La violencia de género continúa siendo una de las problemáticas más urgentes en el Perú. Según datos de la Defensoría del Pueblo, en el 2024 se registraron alrededor de 170 feminicidios; a esto se suman las decenas de casos de denuncias por violencia psicológica, física y sexual registrados en el MIMP. Sin embargo, la mayoría de los casos no se denuncia, y muchas de las víctimas callan por miedo.
Esta realidad tiene consecuencias devastadoras no solo a nivel físico, sino también psicológico: muchas víctimas desarrollan trastornos como depresión, trastorno por estrés postraumático, síntomas de disociación o ideación suicida. Por eso, es vital fortalecer la atención en los centros de emergencia mujer, promover la sensibilización comunitaria y garantizar una red de apoyo.
Por otro lado, no podemos ignorar el perfil psicológico de muchos agresores. Aunque la violencia nunca se justifica, es necesario comprender que muchos de ellos reproducen patrones aprendidos en contextos violentos o presentan también trastornos no tratados, como impulsividad, dependencia afectiva o problemas de regulación emocional. Por eso, hablar de su salud mental no es un acto de indulgencia, sino una necesidad preventiva.
Los problemas de salud mental tienen causas diversas y requieren un abordaje más amplio. Pero, cuando hay violencia de por medio, el abordaje clínico debe acompañarse de protección, justicia, contención emocional y reparación. Porque no hay justicia sin reparación emocional, ni igualdad posible si seguimos dejando heridas invisibles sin sanar.

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