Machu Picchu bajo la mirada de Federico Kauffmann Doig
Redacción EC

JOSÉ MIGUEL SILVA ()

A sus 86 años, Federico Kauffmann Doig trabaja de lunes a sábado en horario de oficina y no parece agotado por ello. El arqueólogo e historiador sorprende por su vitalidad y memoria casi fotográfica. En esta ocasión,  acaba de presentar su más reciente obra “Machu Picchu: Sortilegio en Piedra” (Fondo Editorial Universidad Alas Peruanas, 2014).

“Ellos querían publicar una obra majestuosa, digna de este gran monumento que es Machu Picchu. Entonces me llamaron porque saben de mis trabajos sobre el tema. Me dijeron que querían hacer un libro muy bien ilustrado”, señala a El Comercio.

La publicación cuenta con dos tomos llenos de artículos y fotografías recolectadas por el autor en las últimas cinco décadas. Aunque en realidad, el primer acercamiento de Kauffmann con la denominada ‘Maravilla del mundo’ data de mucho tiempo atrás.

En su trabajo, el autor de la Teoría Aloctonista busca no solo mostrar la belleza del espacio o sus características arquitectónicas, sino también explicar la motivación que surgió en la mente de sus constructores. La edificación de Machu Picchu no respondió entonces a un deseo injustificado, sino todo lo contrario: a un proyecto estatal.

-La recolección de los textos e imágenes la hizo usted durante casi 50 años.

Yo era estudiante todavía, en los años 50 quizás, comenzando esa década fui por primera vez a Machu Picchu. No sé qué suerte tuve que pude ir con un grupo de alumnos en un viaje auspiciado por la Universidad San Marcos. Ahí conocí yo al ‘Julio C. Tello’ de Machu Picchu, Manuel Chávez Bayón. Con él, casi de la mano, comencé a recorrer Machu Picchu por primera vez. Todos regresaron aquella vez y yo me quedé un tiempo más. Él se entusiasmó conmigo y me ayudó mucho. Luego volvería varias veces. Quedé impactado  con el lugar y con este señor que sabía tanto. Recorrimos y discutimos pequeños detalles, cada recinto. Así fue como, con el paso de los años, logré publicar trabajitos más pequeños sobre la función del lugar.

-Más de un siglo después, ¿queda aún mucho por descubrir sobre Machu Picchu?

No creo que en el futuro haya sorpresas muy grandes. A veces se han inflado noticias, por ejemplo, hace dos o tres años se dio a conocer una tumba clausurada. Gracias a la tecnología se pudo ver que había cadáveres en su interior. No se destapó. Inmediatamente se dijo “la tumba de Pachacútec”. Eso rebotó pero creo que se trata de noticias, como dice los americanos, ‘non sense’ (sin sentido). 

-¿Por qué?

Porque sabemos perfectamente que Pachacútec, como todos los incas, no era enterrado ni sepultado, sino colocado (sus momias) en el Coricancha. Por otro lado,  a fines del siglo XVI trajeron a Lima algunas de las momias entre las que estaba la de Pachacútec. De eso sabe el famoso historiador Teodoro Hampe. Entonces, te reitero que la noticia era algo sin sentido. No creo que queden cosas muy sensacionales por descubrir.

-Desde la versión oficial se habla quizás mucho más de y no de otras personas que también aportaron a que Machu Picchu sea tan importante como lo es hoy. ¿Suscribe esta idea?

No sé si sea tanto así. Entre los estudiosos sabemos quiénes han aportado. Por ejemplo, Jesús Puelles presentó hace poco un magnífico trabajo sobre la ingeniería del lugar. Luego hay un italiano que también aportó mucho hace un buen tiempo. Es cierto, suena más el nombre de Bingham, cuya descripción de Machu Picchu ya ha sido ampliamente superada. Lo que creo que no se hizo y he intentado es ir un poco más allá de la descripción, porque descripciones hay muchas y muy buenas. Además, no soy ingeniero. Soy arqueólogo e historiador. Entonces, quise tratar de penetrar en interrogantes tales como cuál fue la función de Machu Picchu.

-En su descripción habla sobre este espacio como un centro de abastecimiento de alimentos.

Claro. Llegué a la conclusión de que era un centro de administración de la producción agraria. La andenería que rodea Machu Picchu es enorme y lo que se cosechaba no podía ser consumido por las 500 personas que, de acuerdo a las estimaciones, moraban la zona. Sin embargo, había muchos andenes. Al mismo tiempo, el lugar era sede de rituales. Se trataba de una ciudad sagrada. Ahí ves por ejemplo el Intihuatana. ¿Y de qué rituales estamos hablando? De rituales propiciatorios de la producción agraria.

-Es que siempre hubo el problema de las tierras, poco fértiles para la agricultura.

Los incas vivían en los valles interandinos, en la sierra, a 2500 o 3500 metros sobre el nivel del mar. ¿Por qué se van ellos a un territorio que les es ajeno ambiental y geográficamente? A los andes amazónicos, etc. ¿Por qué se van al flanco oriental de los andes? Por el hecho de que reciben la humedad de la (baja) Amazonía. Todo esto obedeció a una necesidad alimentaria. Los andes son áridos, solamente hay pequeños valles como el Urubamba, pero que no son muy aptos como para que florezca una producción enorme de alimentos. Por eso es que los primeros intentos de los incas para superar el problema alimenticio fue construir en su propio territorio los andenes. Estos costaron un enorme trabajo. No podemos imaginarnos de que los andenes fueron hechos por demostración deportiva u otras. El hombre es impulsado por la necesidad.

-Otro factor que usted menciona es uno muy contemporáneo: el fenómeno de El Niño. 

Exactamente, porque además el territorio peruano, tanto en la costa como en la sierra, era escaso en tierras aptas para el cultivo. Imagínate los arenales que tenemos. Antiguamente los valles eran casi hilachas, pero que el hombre con gran esfuerzo para generar irrigación logró ampliar para poder sustentarse. Hace cuatro o cinco mil años, el hombre llegó a la conclusión de que su existencia podía ser mejor alimentándose con la agricultura. ¿Y qué pasó? La agricultura aquí en Perú como en Mesopotamia, trajo consigo aumento poblacional rápido y constante.

-¿Persisten las formas de rendir tributo o de solicitarle réditos a la Tierra o al Sol?

En Machu Picchu hoy no existen cultivadores. Los andenes ya no se cultivan. Les ponen flores quizás, eso sí. La función de hoy es ser casi un imán turístico. Así que la gente que vive ahí tiene que cuidar las ruinas. Ellos no hacen ya pagos ni nada. No obstante, has tocado un tema muy importante. El de las tradiciones o sobrevivencias de épocas muy antiguas. Estas aún se ejecutan. Yo las he presenciado en las punas, en las partes altas, en parajes olvidados. Ahí se practican rituales que no deben ser incaicos sino pre incaicos. Con mezclas cristianas quizás, pero pre hispánicas. Por ejemplo, la adoración a los apus. ¿Qué es esto? Ciertas montañas que se consideran sagradas. Apus no son todos los cerros, sino algunos que por sus características pueden ser tomadas como tal.

-Usted tiene 86 años. Trabaja en horario de oficina. Tiene una vida muy activa. ¿Qué le llama tanto la atención de este país que lo lleva a seguir investigándolo?

El interés por conocer el pasado. Eso me motiva. Ahora estoy alistando algunos otros libros sobre religión en el antiguo Perú. Esa será mi última obra. Le adelanto, en esas correrías de Puno, Huancavelica y Ayacucho, donde me han permitido ir con ellos a rendirle culto al apu. Jamás he visto nada de “ay…sol, sol”. Ahí me puse a pensar, ¿hasta qué punto el sol fue realmente la divinidad máxima? Al ver que adoraban al apu, que es como el jefe, un Dios. A ese sí, pero es invisible. Como conclusión, el sol sí tuvo alguna importancia porque sabían que daba el calor, pero no era adorado como se piensa y como hoy se practica para atraer el turismo. El sol viene a ser algo así como la personificación de esa divinidad que es el apu y para mí esto no es otra cosa que el Dios del agua. Y la Pachamama es la contraparte. La tierra fértil y esta no puede dar su fruto si es que no es fecundada por el Dios del agua, o sea, por esa divinidad que proporciona el líquido elemento. Siento una pasión permanente, un entusiasmo muy grande por el trabajo.  Me quedan quizás cuatro años de vida y quisiera que sean el doble. ¿Cómo puedo lograrlo? Pues trabajando el doble.

"Me apasiona conocer el pasado de mi país", señala el Kauffman, quien no deja de investigar diariamente. 

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