Puesto a elegir entre el aplauso y la responsabilidad, Pedro Olaechea eligió el aplauso. El 12 de marzo, le dejó la conducción de la última sesión de la Comisión Permanente a Karina Beteta, mientras él recibía a una delegación de líderes y políticos evangélicos latinoamericanos y de España, en la Sala de Embajadores del Congreso.
Un grupo de veinte personas –entre legisladores, autoridades locales y pastores– ingresaron al Parlamento de la mano de Julio Rosas, excompañero de bancada de Olaechea, y de los esposos Guillermo y Milagros Aguayo, líderes de la iglesia La Casa del Padre y promotores del movimiento Con mis hijos no te metas.
Aquel día, por la tarde, ellos inaugurarían el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia (CIVF), una reunión de evangélicos de varios países de la región que pelean contra lo que llaman “ideología de género”. Olaechea, devoto católico, era uno de los invitados estelares de la inauguración del evento que duraría tres días, en el Hotel Los Delfines, en San Isidro.
Ese mismo día el presidente Martín Vizcarra había anunciado una de las primeras medidas de prevención frente a la pandemia del coronavirus: la prohibición de realizar eventos que congreguen a más de 300 personas. Pero la ceremonia se realizó.
Cuando le llegó el turno de hablar, Pedro Olaechea se paró frente al auditorio casi lleno –con capacidad para 650 asistentes– para proferir un discurso reivindicativo de la familia cristiana y de las decisiones que tomó antes de que Vizcarra disuelva el Congreso.
“En estos días muchos periodistas me preguntan si se pudo hacer algo diferente, encontrar un camino que evitara lo que sucedió (…) No, no cabía, y gracias a Dios hubieron 90 congresistas que dimos la batalla a pesar de haber sido amenazados”, exclamó exaltado. Fue aplaudido y celebrado como un defensor de la familia; le dieron la mano y lo abrazaron, en plena época de coronavirus, con la venia de Dios.
Los organizadores
La reunión se llevó a cabo en el segundo piso del hotel. Afuera del auditorio vendían algunos libros –Cómo hacer feliz al esposo; El esposo que quiero para mi hija y la esposa que quiero para mi hijo; Ideología de género, el desafío– y daban testimonios sobre “exhomosexuales curados”. Dentro, se había dispuesto un set de cámaras y un switcher del canal evangélico Bethel para transmitir en vivo algunos pasajes del evento.
El CIVF es una asamblea de evangélicos con aspiraciones políticas de todo el continente, fundado el 2017 en México. Se reúne anualmente con la finalidad de unir esfuerzos para plantear iniciativas políticas y legislativas que impidan la despenalización del aborto en cualquier causal, las uniones de parejas del mismo sexo y la educación sexual integral en los colegios.
En los años anteriores, la comitiva peruana que viajó a los eventos del CIVF tenía mayor peso político. Asistían los entonces parlamentarios Julio Rosas, Juan Carlos Gonzales y Luis Galarreta. Descuadrados por la reconfiguración de fuerzas políticas en el Parlamento, los organizadores solo pudieron convocar a Olaechea como una figura llamativa, pero que probablemente tenga poco protagonismo gubernamental en los próximos años.
El evento en Perú estuvo impulsado por los esposos Aguayo y por Christian Rosas, hijo de Julio Rosas. Contaron con la asistencia, en primera fila, de Gonzales y de tradicionales políticos conservadores: Ántero Flores Araoz, el secretario general de Solidaridad Nacional, Rafael López Aliaga, y el constitucionalista Ángel Delgado. Del actual Parlamento, solo asistió Omar Chehade.
La mayoría de los asistentes no eran cristianos de base, sino líderes de iglesias que habían acudido para aprender –además de cantar y rezar– de los invitados del CIVF. Entre estos estaban Fabricio Alvarado, excandidato presidencial de Costa Rica que alcanzó la segunda vuelta, un rockstar para los políticos evangélicos; y el escritor español César Vidal, un ideólogo para ellos que, entre otras cosas, menosprecia la relevancia de la tipificación del feminicidio como un delito con la misma elocuencia con la que niega el calentamiento global.
Plan a futuro: la OEA
Sobre la tarima, algunos expositores hilvanaban teorías sobre cómo la “ideología de género” era un enemigo satánico que va ganando terreno. “Estamos en una guerra (…) Cuando hablamos del campo de batalla, estamos hablando de los organismos multilaterales, los gobiernos nacionales, las cortes y congresos de los países y prácticamente cualquier instancia de gobierno”, dijo el mexicano Aaron Lara, principal promotor de estos encuentros.
En esa guerra, añadía Gilberto Rocha, otro pastor mexicano, la comunidad LGBTI “le marca la agenda” a los organismos internacionales que dictan políticas que se siguen en todos los países del mundo. “Ellos tienen 17 objetivos de desarrollo sostenible que es la agenda 2030 de la OEA, empalmada con la agenda de la ONU, y todo tiene el mismo propósito. Cuando hablan del fin de la pobreza, no es ayudar a los más pobres, es ayudar a los transexuales”, lamentaba Rocha.
Para pelear están organizando su participación en la próxima Asamblea General de la OEA –un espacio de diálogo con la sociedad civil– a través de la conformación de coaliciones que les sirvan para intervenir en el debate. Cada coalición tiene que formarse con al menos 10 organizaciones para que la OEA les dé espacio. Ya tienen algunas inscritas que han participado en las anteriores reuniones, pero quieren armar nuevas que no lleven nombres cristianos para tener más minutos de exposición de sus ideas sin que los organizadores descubran que se trata del mismo grupo. “Si tu asociación se llama Juan XXIII, ¿cómo nos escondemos? No hay manera”, dice Rocha mientras el auditorio ríe.
En su plan, enfrentarse a la comunidad LGBTI en las asambleas de la OEA impedirá que este organismo internacional tome decisiones que obliguen a los países miembros a adoptar medidas contrarias a sus creencias. Pero este es solo un primer paso para reclamar tener voz ante la Organización de las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud y el Fondo Monetario Internacional, entre otros, según expone Rocha en el auditorio.
Uno tras otro, los participantes latinoamericanos felicitaban a los autores de la frase Con mis hijos no te metas por el ingenio y la potencia del mensaje. Sirve para alertar a los padres y para frenar al Estado. Ellos, en cambio, tienen otros planes para la educación de los niños. Catalina Moscoso, autora de la serie de libros Diseño original, presentó el programa que han ideado para enseñar la sexualidad “con una cosmovisión bíblica”. Este material ya se usa en la educación de escuelas cristianas en Latinoamérica.
Entre cánticos, rezos y abrazos, los invitados del CIVF estaban cómodos y con poca vergüenza. “Hoy la iglesia se encuentra desafiada por dos conceptos: la intención de legalizar en todos lados el aborto (…) y la cultura homosexual, como un estilo de vida válido”, decía el argentino Hugo Márquez. “Pero dependemos del Señor, confiamos en el Señor. Denle un aplauso”, agregaba mientras el auditorio correspondía a su pedido.
“Qué hacemos creciendo como iglesia, si no somos la solución que hay en medio de tanto dolor en las comunidades. Todo el mundo quiere adoptar [hijos], los cristianos no queremos adoptar. ¿Y quiénes están haciendo fila para adoptar? Los matrimonios homosexuales”, gritaba la peruana Milagros Aguayo.
Su esposo, Guillermo Aguayo, sintetizaba mejor el sentido de la reunión: la urgencia de llevar las consignas que levantan con el movimiento Con mis hijos no te metas a partidos políticos. Por ello, uno de sus objetivos más importantes es formar vínculos entre los parlamentarios evangélicos participantes. “La iglesia se está metiendo en el sistema, los cristianos nos estamos metiendo en el sistema para ser protagonistas. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”, pregunta Fabricio Alvarado.
El sábado 14 de marzo, la clausura del congreso se adelantó algunas horas luego de que este Diario publicara que la actividad congregaba a más de 300 personas pese a las restricciones dictadas por el nuevo coronavirus.
Un equipo de fiscalizadores de la Municipalidad de San Isidro visitó el hotel y realizó esta anotación en el acta de constatación: “se observa la realización de un evento el cual indican es destinado a 250 personas; se ingresó a los servicios higiénicos constatando que cuentan con jabón líquido, papel toalla”.
Ni la desidia de los fiscalizadores, ni la actitud provocadora de los organizadores tapaba una realidad: los participantes estuvieron expuestos a contagiarse del COVID-19. El pastor paraguayo Miguel Ángel Ortigoza, participante del evento y uno de los visitantes al Parlamento, dio positivo en un examen que le hicieron al regresar a su país. “El Señor ya me sanó, lo que falta es que recupere la energía un poquitito”, dijo en un video que colgó en sus redes sociales, aunque no se sepa a ciencia cierta dónde adquirió esta enfermedad.
No fue el único. Una senadora paraguaya que departió en el evento, María Eugenia Bajac, también dio positivo. Por las irregularidades en su viaje, Bajac fue destituida y se le dictó prisión domiciliaria por violar la cuarentena, una consecuencia irónica para un grupo que quiere hacer crecer su presencia política en los países de América Latina.
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