“El espejo de lo que somos”, por Giulio Valz–Gen
“El espejo de lo que somos”, por Giulio Valz–Gen
Giulio Valz-Gen

El 78% de los peruanos es tolerante con la corrupción. Según las cifras de la encuesta elaborada por Ipsos Perú para Proética, presentadas en diciembre del año pasado, el 72% de la población tiene tolerancia media frente a este problema, mientras que el 6% tiene tolerancia alta.

A poco más de dos meses del inicio de la gestión del presidente Kuczynski, un caso de presunta corrupción, al más alto nivel del Estado, explota en nuestras caras.  El ‘negociazo’, que implica al ex asesor presidencial Carlos Moreno, es la constatación del enquistamiento de la corrupción en nuestra sociedad. Si alguien tan cercano al presidente tiene las acusaciones que se han conocido en estos días con solo semanas en la gestión: ¿cuántos otros casos (acaso miles) existen en la estructura del Estado Peruano?

La ciudadanía se indigna al escuchar los audios y critica al gobierno. Con todo derecho. Sin embargo, poco se habla del nivel de tolerancia que como sociedad tenemos frente a este cáncer (78%).  

¿Somos una sociedad corrupta? Sí. Hace rato que la palabra corrupción dejó de implicar solo el tipo penal que aplica a funcionarios públicos. El lenguaje es dinámico. En su uso cotidiano, el término agrupa diversas conductas ilícitas, normalmente asociadas a la presencia de dinero pero no siempre, ejecutadas por empleados estatales y ciudadanos en general. Corrupción es igual a trampa. Los casos más claros son la coima a un funcionario y los negocios valiéndose de un cargo público.

En el imaginario colectivo, el término corrupción, en su acepción de trampa, funciona para describir el nivel de tolerancia que los peruanos tenemos, en general, frente a los actos ilícitos.

Es difícil encontrar una palabra distinta (que no caiga en el lenguaje soez) para describir, por ejemplo, al que se pasa la luz roja; al que, conduciendo un vehículo y sabiendo perfectamente que es necesario hacer una cola para entrar a determinada vía, decide abrirse, adelantar a los que van ordenadamente por la cola y entrar directamente en la intersección, generando un embudo y mucho tráfico.

Para el que vende (y compra) la cola para entrar al estadio. Para el chofer de transporte público que se para frente al cartel que, con total claridad, dice “no es paradero”. Para el que utiliza la vía auxiliar de una autopista congestionada para avanzar más rápido. Para el que invade un terreno que claramente tiene dueño, y para tantos, pero tantos, otros casos que vemos y sobre todo toleramos en nuestro día a día.

El ‘negociazo’  tiene un lado positivo. Ha puesto el tema de la corrupción en el ojo de la tormenta y nos permite mirarnos en el espejo como sociedad.

Más allá de hasta dónde llegue ese caso, es importante que sirva para que el Ejecutivo (y sobre todo el presidente Kuczynski) sea más diligente y para que, de una vez por todas, se inicie un proceso que ataque todo tipo de corrupción. Desde la coima hasta la trampa del día a día. El camino es largo y cruza casi todos los sectores. La apuesta para el largo plazo debería poner énfasis en el sector Educación.

MÁS EN POLÍTICA...