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“El juego del calamar 3″ - Reseña: un cierre agridulce y sombrío para una gran historia
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La última temporada de “El juego del calamar” marca un cierre impactante para una serie que, desde sus inicios, ha explorado la desesperación humana, el poder destructivo del dinero y la desigualdad social. Esta tercera y última entrega no solo retoma los elementos que hicieron mundialmente famosa a la producción coreana, sino que los lleva a nuevas profundidades emocionales y filosóficas.
En Saltar Intro de El Comercio ya hemos podido ver todos los capítulos y aquí exploramos los puntos más importantes de esta temporada final, que se presenta más sombría, crítica y devastadora que nunca.
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El regreso al horror: la humanidad como moneda de cambio
Desde su primera escena, la temporada 3 nos deja en claro que no hay redención fácil en este mundo creado por Hwang Dong-hyuk. Esta vez, los juegos no solo se convierten en desafíos físicos y mentales, sino también en pruebas morales insostenibles. En lugar de enfocarse en mecánicas nuevas o giros inesperados, la serie opta por mostrar hasta qué punto una persona puede perderse en nombre de la supervivencia.
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El episodio de la “Noche estrellada” es un ejemplo magistral de esta filosofía. En él, un simple juego de escondidas se transforma en un estudio sombrío sobre lo que estamos dispuestos a hacer por un poco de ventaja. Todos terminan marcados: asesinos involuntarios, víctimas conscientes o héroes trágicos. El espectáculo ya no es la violencia física, sino la carga emocional que dejan esas decisiones.

Más allá de los juegos: una crítica al sistema y a nosotros mismos
Uno de los mayores logros de esta última temporada es su alejamiento progresivo de los juegos como centro del espectáculo. Aunque hay momentos tensos y creativos (como una versión espantosa de salto de soga), es claro que el corazón de la serie está en las historias humanas. Los juegos son solo el vehículo; lo que importa es cómo reaccionan las personas ante un sistema que las aplasta.
Gi-hun, el protagonista, ya no es el mismo. Lo que comenzó como un intento de rebelión termina en frustración. La traición, la impotencia y la culpa lo consumen. Los personajes secundarios toman protagonismo, destacando nuevas historias que enriquecen el universo de la serie sin desviarse de su tono central. Jun-hee, Hyun-ju y la conmovedora Jang Geum-ja nos recuerdan que incluso en el peor de los mundos, aún hay gestos de dignidad, sacrificio y amor.
Actuaciones memorables que sostienen la tragedia
El elenco, como era de esperarse, ofrece actuaciones sobresalientes. Kang Ae-shim como Jang Geum-ja entrega una de las escenas más devastadoras de toda la serie, al sacrificar lo último que le queda para redimir a su hijo. Yang Dong-geun, como Yong-sik, complementa ese arco con una mezcla dolorosa de arrepentimiento y egoísmo.
Destacan también los nuevos personajes como Jun-hee, la joven embarazada interpretada por Jo Yu-ri, y Hyun-ju, un exsoldado transgénero interpretado por Park Sung-hoon. Ambos añaden capas de representación y complejidad a un elenco que ya estaba marcado por su diversidad y profundidad emocional.
La sombra de los VIPs: el reflejo incómodo del espectador
Uno de los puntos más discutidos desde la primera temporada han sido los VIPs, esos millonarios enmascarados que observan los juegos como un espectáculo. Su regreso en esta tercera temporada, aunque sigue siendo exagerado y teatral, cumple una función más incisiva: nos apuntan con el dedo.

Ya no son solo caricaturas ridículas; ahora representan el reflejo de quienes consumimos esta serie. Comentan los juegos con frialdad, como si fueran críticos de televisión. Lo más inquietante es que sus observaciones —a veces torpes, a veces certeras— imitan las conversaciones que muchos espectadores tenemos en redes sociales. En ese sentido, los VIPs son un espejo distorsionado, pero eficaz, de nuestra propia complicidad.
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Tramas secundarias que ahora sí suman y cierran bien
A diferencia de la temporada 2, donde algunas subtramas se sentían innecesarias, la tercera entrega logra integrar mejor a personajes como el detective Hwang Jun-ho y la guardia Kang No-eul. Jun-ho, en su cruzada para exponer la verdad sobre los juegos, encuentra obstáculos tanto físicos como morales. No-eul, con su historia de deserción y redención, aporta uno de los arcos más humanos de toda la serie.

Estas historias, lejos de restar, sirven como catalizadores del clímax final. No son distracciones, sino partes esenciales de una narrativa que, por fin, ha encontrado su equilibrio entre tensión, crítica y emoción.
El final: la derrota necesaria
La conclusión de “El juego del calamar” no ofrece redención fácil ni justicia divina. Es un cierre amargo, devastador y profundamente honesto. La serie reconoce que el verdadero enemigo no es un villano específico, sino un sistema que premia la crueldad y castiga la empatía. Como dice uno de los personajes: “Los malos hacen cosas malas, pero culpan a otros y viven en paz. Los buenos se castigan por las cosas más pequeñas”.
En este sentido, el final es coherente con el tono general de la serie. No hay ganadores, solo sobrevivientes que cargarán con cicatrices físicas y emocionales. La victoria real, como sugiere la serie, no está en ganar el juego, sino en destruirlo. La gran pregunta que queda flotando es: ¿cuándo dejaremos de ser espectadores pasivos y tomaremos una posición?
¿Debería continuar la historia?
Aunque hay indicios de que la serie podría expandirse a otras regiones o contextos, la temporada 3 deja claro que esta historia, la de Gi-hun y los juegos tal como los conocimos, ha llegado a su fin. Y es un final suficiente, contundente y bien construido. Estirar más allá este relato solo pondría en riesgo todo lo que ha conseguido.

La franquicia podrá continuar ya que como vemos, está en todos lados, pero difícilmente podrá replicar la carga emocional, la crítica social afilada y la originalidad que caracterizaron a esta última entrega.
Conclusión: un cierre tan brutal como necesario
La temporada final de “El juego del calamar” no es una historia de esperanza, sino de advertencia. Nos recuerda que la deshumanización comienza cuando el dinero se vuelve el objetivo último y que todos (jugadores, organizadores y espectadores) tenemos una cuota de responsabilidad en este espectáculo de sufrimiento.
Es una obra que incomoda, que duele y que, por momentos, nos hace cuestionar por qué seguimos viendo. Pero en ese malestar radica su poder. Porque al final, el verdadero juego no está en pantalla, sino en lo que elegimos hacer (o ignorar) cuando termina el capítulo.
Todos los capítulos de las tres temporadas de “El juego del calamar” están disponibles en Netflix.
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