Quienes ahora tienen 14 años, entraron a la pandemia y salieron de las aulas iniciando los cambios visibles de la pubertad. En pocos meses, volverán a encontrarse con sus pares en la escuela con otros cuerpos, una mente más compleja, otros intereses y preocupaciones.
Las profundas transformaciones en la adolescencia a nivel sexual (aprender a gestionar el deseo sexual, ir reconociendo una orientación sexual, aprender a gestionar nuevas formas de intimidad, relacionarse con ese nuevo y cambiante cuerpo) fueron gestionadas desde el encierro, sin relacionamiento cotidiano con sus pares. Preguntas tales como “¿seré atractivo o atractiva?”, “¿cómo se es pareja?” y el mar de sentimientos sexuales emergentes, han sido vividos de una manera en que ninguno de los adultos a cargo -ni cuidadores, ni docentes- vivió jamás.
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Gran parte de esta vivencia ha estado marcada por las tecnologías virtuales que usan para relacionarse. Se encuentran en Discord, se pelean por WhatsApp, se amistan por mensaje de texto, intercambian fotos por chat de Instagram, y todo esto tiene carácter de “realidad real” es decir, implica vínculos reales, experiencias reales y sentimientos reales. Esos espacios también son nuevos para ellas y ellos. El ser nativos digitales no les preparó para que el relacionamiento fuera casi exclusivamente así. Estos espacios suelen estar bastante fuera del radar adulto y pueden generar exploraciones particularmente confusas, sin claridad de si lo que ha ocurrido es un intercambio “real”.
El enamoramiento y la exploración de la sexualidad son tareas cruciales para el bienestar adolescente y para una adultez feliz y pueden ser fuente de mucho crecimiento si es que se cuenta con una mente adulta que sostenga y oriente. Lamentablemente en el Perú no existe una cultura de diálogo sobre sexualidad en las familias. En nuestro estudio “Ser adolescente en el Perú” (UNICEF-PUCP) encontramos que, si bien las y los adolescentes se sentían escuchados y acogidos por sus cuidadores, encontraban imposible hablar de sexualidad. El tema no solo es desalentado por las familias: es negado, apareciendo solo el mandato de no tener sexo, no embarazarse o embarazar y así no arruinarse el futuro. Ello les lleva a asociar la vivencia de la sexualidad con temor y preocupación, como algo sucio, y evitable. Necesitamos acompañar de otro modo. Necesitamos adultos sensibles, que acojan, escuchen y contengan y les permitan también crecer con bienestar a nivel del enamoramiento y que atiendan a los retos y aprendizajes vividos en pandemia. //
Escribe María Angélica Pease D.
Profesora principal del departamento de psicología de la PUCP
Coordinadora del proyecto “Ser adolescente en el Perú (UNICEF-PUCP)
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