Renato Cisneros

[Día 1]

Conocí a Raúl Zurita, emblema vivo de la poesía chilena, detenido y torturado en un barco de carga durante el pinochetismo, quizás el escritor que más y mejor ha cantado a los desiertos y los acantilados. Conversamos sobre varios poetas peruanos. Mencionó a Westphalen, al ‘Negro’ Verástegui, a Rodolfo Hinostroza, a Toño Cisneros. Le comenté la existencia de un viejo video donde aparece el querido Toño, ebrio de felicidad, leyendo poemas desde una ventana alta del Palacio de La Moneda. “Recuerdo perfectamente esa noche”, me interrumpió Zurita, rascándose la barba bíblica, “Nicanor Parra y yo estábamos detrás de Toño cuidando que no se cayera”. Lo impactante en Zurita es la fortaleza mental que contrasta con la fragilidad de su aspecto. Desde hace un par de décadas padece el mal del Parkinson; sin embargo, ¿saben cómo se refiere a su enfermedad? “El párkinson es una forma de entender la belleza, porque la belleza también puede ser algo maltrecho, algo que tiene la fuerza de resistir en medio del padecimiento”.

[Día 2]

Me presentaron durante el almuerzo a dos poetas chilenos: Leonel Lienlaf y Yanko González Cangas. Acabada la presentación del libro de Yanko –Objetivo general, que es increíblemente bueno–, sobre las nueve de la noche, Leonel propuso cerrar la jornada con unas copas. Se unió después Sergio Parra, también poeta, dueño de la librería Metales Pesados. Me quedé largo rato charlando con Sergio sobre la movida poética de los años 70 y 80, sobre lo mucho que entonces los poetas latinoamericanos compartían, bebían, polemizaban, se amaban y odiaban. Los cuatro terminamos alrededor de una mesa del Hao Hwa, restaurante chino de la calle Monjitas, famoso por ser escenario de un asalto que Pedro Lemebel inmortalizó en una memorable crónica titulada “Un asalto a los chinos gay”. Parra estuvo presente aquel día y nos contó que los delincuentes encerraron a los clientes en el sótano, y que mientras todos rezaban por salir con vida Lemebel se empecinaba en un único objetivo: seducir al menor de los asaltantes. Bebimos vino y cerveza, nos reímos, nos tomamos fotos, volvimos a beber. Cuando llegué al hotel, eran casi las tres de la mañana. En recepción me dijeron que se había producido un cortocircuito en mi habitación y debía mudarme ya mismo a otro cuarto, en el piso siete. No recuerdo cómo lo conseguí, pero fue épico.

(Foto: Difusión)
(Foto: Difusión)

[Día 3]

Hoy tembló la tierra. 6,6 grados de intensidad. Estaba en la ducha cuando comenzó a moverse. Al inicio pensé que se trataba de un mareo resacoso, pero cuando vi mecerse la lámpara del techo cerré las dos llaves de golpe. No me inquietó tanto el sismo como la posibilidad de tener que desalojar el hotel envuelto en toallas, con el pelo lleno de espuma. Pasado el susto, vino el hambre. Consideré devorar otro sándwich de lomito caliente en la mítica Fuente Alemana, pero acabé en un italiano del pasaje Lastarria. Por la tarde acudí al festival para hablar con otros escritores de cómo nos leemos de país a país, dentro y fuera del continente. Más tarde me encerré en la habitación (la nueva) para ver el U-Alianza por cable. Ganó la U. Qué felicidad. A falta de cervezas en el minibar, salí a celebrar al barrio de Ñuñoa. Acabé en la clínica (así se llamaba el bar, La Clínica). A la vuelta, crucé nuevamente el pasaje Lastarria. Ya no estaban los vendedores de máscaras, baratijas y libros usados. Unos jóvenes se apelotonaban en una esquina, delante de un grupo de música. La melodía me sonó conocida. Era Cariñito, versión ska. Me provocó gritar: “¡Esa canción es peruana!”, pero lo encontré innecesario.

GF Default - Universitario de Deportes vs. Alianza Lima: el gol de Alberto Quintero y el festejo crem a. (Am?rica TV)
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[Día 4]

En el vuelo de regreso, leí la mitad de Jóvenes pistoleros, donde el periodista Juan Cristóbal Peña narra lo sucedido con los miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, guerrilla que en los 90 atentó contra Pinochet y asesinó a un senador colaborador de la dictadura. Libro tenso, duro. Para despejarme vi Anabelle 2: la creación. Al aterrizar en Madrid, encendí el celular y recién me enteré de las novedades: Vizcarra acababa de disolver el Congreso. El intenso viaje a Chile no podía tener un epílogo más apropiado. //


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