El Carnaval de Cajamarca estaba en riesgo. Al cierre de esta edición, sin embargo, el alcalde Reber Ramírez ha confirmado su realización. “Haremos lo posible para garantizar que se desarrolle con normalidad”, dijo. “El carnaval representa una inyección económica para todos los negocios de Cajamarca”, explicó el burgomaestre. Y con el 90% de las reservas hoteleras confirmadas se augura un balance positivo. Ojalá así sea, pues Cajamarca lo necesita con urgencia. Porque los memoriosos recordarán que el carnaval fue cancelado en el 2021 y el 2022 por la emergencia sanitaria. Según cifras de Dircetur (Dirección Regional de Comercio Exterior y Turismo de Cajamarca), cada uno de esos años significó pérdidas de 21 mil turistas, es decir, de S/ 25 millones.
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En el 2020, solo días antes de que inicie la pandemia, el Carnaval de Cajamarca reactivó la economía local en un 35%, según el mismo indicador. En aquellos días de febrero nadie podía concebir lo que pasaría después. Quizá por eso la festividad de este 2023 ha sido bautizada como el Carnaval del Reencuentro. Queda claro que Cajamarca no podía darse el lujo de perder un año más de reactivación carnavalesca y festejo económico.
Aunque la previa oficial arrancó el 19 de enero, la fiesta central del Carnaval de Cajamarca será del sábado 18 al miércoles 22 de febrero. Los asistentes podrán ver el ingreso del Ño Carnavalón, el festival del urpo, el concurso de patrullas y comparsas, los pasacalles, las danzas típicas, los recorridos tradicionales, el corso, el velorio y, finalmente, el entierro del Ño Carnavalón. Por supuesto, se espera que los turistas nacionales y extranjeros sean recibidos con hospitalidad y alegría. En especial los tan criticados visitantes limeños.
Similar trance se viene viviendo en Puno, donde la Festividad de la Virgen de la Candelaria se aplazó algunos días desde su fecha original (14 enero). En un reciente comunicado, la Federación de Folclore y Cultura de Puno anunció la postergación, en solidarización con los fallecidos. Además, ratificó que algunos de los 220 conjuntos afiliados no participarían en la nueva fecha (del 2 al 14 de febrero). Paralelamente, se suspendió definitivamente el qashwa de San Sebastián y el Carnaval de Juliaca por tercer año consecutivo. Para evitar que la fiesta de la Candelaria siga el mismo ejemplo, la Apavit-Puno (Asociación Peruana de Agencias de Viajes y Turismo) advirtió poniendo el parche: su cancelación significaría perder S/ 111 millones (S/ 250 mil diarios). Un golpe duro para 40 mil danzantes, 9 mil músicos y una región que ya ha tenido suficientes problemas en lo poco que va del año.
No deja ser irónico que dos de las regiones que suscriben en parte la polarizante narrativa castillista se debatan entre realizar o no un carnaval. Porque el carnaval, finalmente, es la festividad peruana por excelencia, comprendiendo lo nacional como algo que supera la manida dicotomía Lima-Puno. Una celebración que combina el folclore con el fervor, lo ecuménico con lo milenario. Un culto que va de la Virgen hasta la Pachamama y que se rastrea hasta los aborígenes guanche y se confunde con la danza altiplánica boliviana. Un sincretismo globalizado que nos enseña a celebrar una peruanidad multicultural que baila al mismo ritmo. Y que encima es redituable.
Porque el carnaval, finalmente, es esa feliz distorsión de la realidad que nos resulta demasiado familiar. Ese escenario paródico —a medio camino entre el juego y el teatro, a decir de Bajtin— que termina siendo el sketch humorístico de sí mismo. Ese mundo absurdo y sin normas que representa la mala fotocopia del Perú, pero que también se parece tanto al original. ¿Cómo invertir el orden en una nación que ya luce de cabeza? ¿Cómo puede la máscara carnavalesca mostrar el verdadero rostro en una realidad de caretas? ¿Cómo puede el pueblo burlarse del poderoso en un país donde los presidentes terminan presos, vacados u obligados a renunciar?
Una muestra de este país de ímpetu carnavalesco es la performance que se pone en escena en cada marcha. Basta ver a los manifestantes castigando metafóricamente a una arrebatada versión de la presidenta que respondería al nombre de la actriz Leonor Estrada Francke. Esa improvisada parodia, sin embargo, no llega a ser teatro ni festividad, ni folclore ni fervor. Y ciertamente no le trae dividendos al sector turístico. //
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