En aquella época, la jornada en Somos empezaba pasado el mediodía, cuando los redactores iban apareciendo uno a uno en la sede de El Comercio, ubicada en el Centro de Lima. Llegaban neuróticos, insomnes, trasnochados, siempre con un libro bajo el brazo y alguna anécdota nocturna por contar. Doris Bayly, en cambio, solía aterrizar en la redacción por la tarde y de la forma más relajada posible. Avanzaba entre los cubículos con su serena parsimonia, sin que nada la apurase, y con el pelo todavía mojado después de haber nadado toda la mañana en la Costa Verde. Esa fue una de las advertencias que le hizo al escritor Fernando Ampuero, cuando este tuvo el buen tino de reclutarla para que escribiese en Somos en 1996. El horario de trabajo de la revista no debía interferir con su pasión por el mar. Ampuero no puso reparos y así empezó la aventura que nos ocupa.
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Bayly, que estudió Literatura y estuvo siete años en un claustro de monjas en las alturas de Huancavelica, por sincera vocación, fue la persona que le tomó el pulso a la agitada vida cultural del país durante su paso por Somos. Escribió artículos, crónicas y entrevistas que eran un auténtico lujo para los interesados en el arte y para los que apreciaban la belleza de la palabra justa. Pintores, escultores, escritores, poetas y otros chiflados fueron auscultados por esa mirada suya que, desde la dulzura, penetraba en la psique de sus entrevistados hasta hacerlos decir lo que no pensaban contar. Hablar con Doris, así fuera como amigo, era como ir al confesionario, sin la culpa religiosa. Y era además un vacilón, por su particular sentido del humor que mostraba solo en puntuales ocasiones, cuando había que destrabar una conversación que, de la nada, se había vuelto solemne. Si eso no servía, se paraba de su silla y se ponía a bailar. Simplemente porque sí.
UN NECESARIO RESCATE DEL OLVIDO
Desde su trágica partida en febrero de 2022, mientras iba en su infaltable bicicleta por una carretera en Máncora, quienes mejor conocieron a Doris no han dejado de pensar en ella. Sus amigos y amigas de toda la vida sienten que tienen la misión de preservar su legado. El año pasado, por ejemplo, se publicó “Máncora Blues”, el libro de su amiga la escritora María Luisa del Río, que Doris misma llegó a editar a través de su sello Huerto Tamarindo, pero que no alcanzó a ver de forma impresa. El mes pasado se lanzó también “Hierbabuena”, un texto que reúne los poemarios que regaló al mundo en los años noventa. Faltaba, sin embargo, algo más. Un testimonio que diese cuenta de su faceta como periodista, y que compilase los mejores artículos y entrevistas que escribió para Somos, fueron más de cuatrocientos.
Por principio, a Do, como le decíamos en aquella vieja redacción, no le hubiese agradado que su nombre resonara en los medios. Incluso en sus últimos años de vida, en Máncora, escribía, pero se negaba a publicar. Estaba inmunizada contra la promoción de sí misma y el autobombo que hoy cunde en la lógica narcisista de las redes sociales. ¿Convertirse ella en el centro de la noticia? Se le hubiera complicado mucho. “Yo digo que todo lo que hacemos sobre ella en estos días, lo hacemos a pesar de ella. Nos reímos con cariño al pensar que a Doris no le gustaba hacer ningún tipo de publicidad de sus cosas. Me la imagino ahora mismo enseñándome el dedo medio”, dice María Luisa del Río sobre “Otra mirada”, el libro que ha editado junto al artista Armando Williams, esposo de Bayly, y que compila sus mejores textos en esta revista. “Sentimos que es necesario que la gente conozca lo extraordinaria escritora que era, en muchos aspectos. Nos anima pensar en la idea que su obra se eternice en la memoria nuestra y de sus lectores”, dice.
La existencia de este libro es necesaria pues los textos de Doris en Somos, aunque tuvieran un impacto en sus lectores, corrían el peligro de caer en el completo olvido, como era el destino de la producción periodística revistera de aquel entonces. Hasta ahora, estas notas dormían en los archivos, disponibles solo para los que consultan hemerotecas. No hay que olvidar que Doris se inició en el periodismo en una época en que los artículos no tenían una versión de respaldo en el ciberespacio. De hecho, no había Internet en las redacciones. Los periodistas no tenían celulares y compartían el uso de un mismo teléfono fijo, como se ve en una foto de este artículo y corresponde a la antigua redacción de esta revista.
Sin mayores recursos tecnológicos, los periodistas hacían malabares para sacar sus notas adelante. Luego de un primer contacto por teléfono con la fuente, llegaba la aventura de la comisión. A ella acudían como quien aterriza en un frente de batalla. Tomaban notas de todo, desde el color de las paredes y la ropa de las personas hasta sus gestos y cualquier cosa que revelara algo. El resultado eran notas pintorescas que provocaban guardar y releer. Cada texto en “Otra mirada” refleja precisamente eso. Impresiona la forma en la que abre cada uno de sus escritos, con apuntes serenos que sitúan al lector, pintan un escenario y hasta el estado de ánimo de los implicados en la dinámica de la entrevista. Los artistas —de ayer y de hoy— eran cosa seria, entre los arrebatos temperamentales de algunos y la tentación de otros a sucumbir al inevitable floro. Pero nada más depurado que las preguntas de Doris para ponerlos en la senda correcta de lo aterrizado e inteligible para el lector.
CIERRE DE EDICIÓN
Así como su dulzura es siempre recordada, ella estaba lejos de ser una persona a la que le pisaran el poncho. El fotógrafo Guillermo Figueroa, compañero de Doris en Somos en los años noventa, recuerda una comisión que hicieron para la revista sobre una mina en La Oroya. “Llegamos y lo que pasó fue que le dijeron de frente que no podía bajar a la mina, porque según la superstición de la zona las mujeres traen mala suerte. Ya te imaginarás cómo lo tomó. Eso la picó más. Ella quería sentir lo que era trabajar a 800 metros en un socavón, así que se amarró el pelo, se puso un traje de minero, se puso un casco que tapaba su rostro y así pudimos entrar. Esa era Doris”, cuenta Figueroa.
Realizar el trabajo para este libro demandó a María Luisa bucear en el archivo de El Comercio, buscando los textos que más recordaba y aquellos que la misma Doris le dijo que le habían gustado. Muchas de las fotos de aquella época se han perdido y no quedó otra opción que escanear las viejas páginas de la revista, lo que le dio al libro un aspecto de objeto testimonial, como si se tratara de material encontrado en un archivo perdido. La encargada de diagramar el libro fue Maye León, quien fuera diseñadora de Somos en los años noventa. “Para mí, ha sido muy emotivo volver a ver estas notas y estas imágenes, que yo misma maqueté en su momento”, recuerda.
La búsqueda de fotos de Doris para esta nota fue complicada, pues no hay mucha evidencia gráfica de esos años en que Somos era una bonita nave de los locos. Los fotógrafos que trabajaron con ella recuerdan lo discreta que solía ser con su imagen, algo que trataban de respetar. Estos testimonios escritos y gráficos recopilados, muchos de ellos proporcionados por sus amigos, dan cuenta de su amistad y de una vida que merece ser conocida por el resto. Todo lo que hacen, como este libro, lo hacen con la sincera idea de mantener viva su memoria. Para que no se la olvide. //
“Otra mirada” recoge más de 60 notas que Doris Bayly publicó en Somos entre los años 1996 y 2016. Son entrevistas y perfiles a personajes de la cultura como Ramiro Llona, José Tola, Álvaro Roca Rey, Lika Mutal, Enrique Polanco, Fito Espinosa, Ricardo Wiesse, Carlos Revilla, Luz Letts y Christian Bendayán, entre muchos otros. El libro de 222 páginas fue editado por María Luisa del Río y Armando Williams, para la editorial Huerto Tamarindo, que la propia Bayly fundó.
RECUADRO
“Un cisne en Somos”, por Jennifer Llanos (ex editora de Somos)
Hablamos de finales de los años noventa y comienzos del 2000. Para que se hagan una idea, se podía fumar en la redacción. Una redacción sin ventanas, en un sótano lúgubre, con un mobiliario que aspiraba a ser moderno pero que apenas era impersonal. Una época en la que todavía era aceptable, deseable y hasta plausible que la revista más leída del país tuviera una sección llamada Cuerazo, consagrada a la exaltación masturbatoria del cuerpo canónico femenino. Y Doris era como un cisne que hubiera aterrizado, sin qué ni por qué, en un charco de patos, ranas y renacuajos. Con su cuello larguísimo y sus ojos gatunos, no era que te mirara por encima, para nada, pero le era inevitable, estaba en su naturaleza, ver más allá de lo evidente. Una Thundercat rodeada de gatos techeros. Lo suyo era buscar la belleza que escapaba a nuestra visión saturada de banalidades políticas, faranduleras y deportivas. Su misión consistía en colarnos cada semana un temita cultural —local, para mayor ‘challenge’—, proponiendo, en lo posible, ángulos alternativos al resabido retrato-del-pintor-en-su-taller. Si bien es cierto que Doris vivía a su ritmo, el ritmo de las olas si me permites el lugar común, sería injusto olvidar que se las arreglaba exitosamente para adaptarse al nuestro. El texto siempre listo para el cierre, ni una palabra más ni una menos que la que se le pedía, cada foto con su leyenda. Y siempre, siempre: gracias. Por un titular, por una apostilla de último minuto, por una leyenda “mejorada”. Chao, Jen querida, gracias Chao, Do. Gracias a ti, por todo. //