Todo era lindo, nostálgico, vintage: las patillas tipo Jimi Hendrix, esa casaca roja adidas del Himno, las pelucas hippies de Oblitas, Sotil y Cueto. Si Perú del 70 se presentó al mundo como una selección noble, entregada al juego más que al atletismo, Perú del 78 fue una comprobación científica de sus futbolistas: así nacen aquí.
Ramón Quiroga (9)
Fue la mejor actuación de un arquero de selección en mundiales, esa gala para elegidos. El Gráfico, por ejemplo, también le puso 9 puntos. Ante Escocia, una de las candidatas europeas de primera fase, Ramón Quiroga guapeó, falló, se recuperó, tapó un penal y se dio el lujo de imponer un look: el pelito con glostora, las medias sin canilleras y los movimientos de líbero, es decir, de futbolista. Eso sí, el arquero de Perú arrancó mal: a los 14′ dio un rebote que quedó corto y Joe Jordan, el vikingo que jugaba en la Premier, puso el 1-0. En las tribunas del estadio de Córdoba se escuchaba la fiesta de las gaitas. Luego del error, Quiroga fue una pared. No hubo forma de vulnerarlo. Quizá la única manera hubiera sido que, en lugar de patearle al arco pelotazos, lo bombardearan.
Solo Jordan -otra vez--entendió eso y lo intimidó un par de veces. Ya no pudo: disimulada debajo de su excentricidad, Quiroga era un portero fiable, muy práctico, atajador debajo de su arco. Tenía cosas de Fillol y modales de Gatti, los arqueros que marcaban la época. A los 70, cuando todo iba 1-1, atajó un penal decisivo que fue combustible: Perú necesitaba una inyección de ánimo que moviera los pies de Cueto y los juntara con los chimpunes de Cubillas. Necesitaba jugar. Un minuto después, Ramón cortó un centro que bajaba extraño, como cae las serpentinas, y empezó la jugada que terminó con el (primer) gol de 3 dedos de Teófilo, ese hombre que nació 30 años antes de tiempo.
Todo lo que ocurrió después es doloroso por una razón: ese partido, y luego ante Holanda, Ramón Quiroga defendió la bandera como ninguno. Con los holandeses tapó 13 remates de gol. Trece: un récord de esos que memoriza Mister Chip. Bueno, ya vimos lo que atajaba el mejor Quiroga. Debería servir para despejar dudas. Era un Loco y a los locos hay que tratarlos de usted.
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Teófilo Cubillas (10)
Desde lejos y con esas tobilleras, un pura sangre. Más hecho, además: al 78 Cubillas llegó con un Mundial, una Copa América ganada y experiencia en Europa, en una época en que solo se jugaba si se era muy bueno. Cuando arrancaba desde el medio, muy atrás, Cubillas era imparable, no tanto por la potencia o la velocidad, sino por ese terrible vaivén, un sello de ese equipo 1978 de Marcos Calderón. Todos los que atacaban lo hacían desafiando la ley de la gravedad: parecían caer hacia un lado y de pronto salían para el otro. Muñante, Oblitas, Cueto, el Cholo y obviamente Teófilo, parecían surcar el medio montados en patines. O zapatos de ballet: andaban la cancha como en puntas de pie.
Precisamente el pie derecho de Téofilo Cubillas, ese guante, estuvo desaparecido gran parte del primer tiempo y el arranque del segundo. Los críticos dicen que era lagunero. Los otros críticos -sin Twitter- explican que en ese tiempo oculto, trazaba los mapas de su plan. A los cracks no hay que ponerles despertador, solo una pelota. Eso y un par de minutos les sobran. A los 72′, cuando las manos de Quiroga firmaban el empate, el Nene recibió de Cueto un pase para el que solo había una posibilidad: acomodar el cuerpo de tal forma que el pie pueda repasar lo que sabe de geometría y física. Habría que buscar si en el bolsillo Teófilo no tenía guardado un control remoto. El golazo que fue el 2-1 solo fue un anticipo de lo que llegaría luego, un calco luego de convencer a Muñante de dejarle patear ese tiro libre. En el barrio, o para hablar de Cubillas, en el arenal de Puente Piedra, pegarle con tres dedos a una pelota no es símbolo de desprecio, al contrario: es una forma de rendirle homenaje a un juego que, en el caso de los talentosos, no se patea. Se acaricia.
Porque eso no se llama patear. Es un pendiente de la RAE encontrar verbo a eso que fue pintura.
Médicos, ingenieros, científicos: la tarea -cuando toque- será estudiar ese pie. Y si la ciencia lo permite, clonarlo pronto.
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Juan Carlos Oblitas (8)
Juan Carlos Oblitas cumplió 69 años en febrero pero debería tener 20, o menos. Sería más imprescindible que Paolo o Jefferson. Sería millonario. Su importancia en la historia del fútbol peruano va más allá de los dos mundiales o el título sudamericano de 1975: fue el precursor de una posición –extremo por izquierda- que no abundaba en el continente y que parecía una rareza por su velocidad y disciplina, en un medio lento y burocrático. Cuando Oblitas atacaba los defensores zurdos no podían marcarlo, apenas perseguían. Y cuando se volvía lateral, cosa de tres segundos, tenía un orden tal que más de uno podía decir que el Perú de los setenta defendía con 5.
Para entenderlos mejor, habría que ver dos de sus partidos, cuando menos: el triunfo en Parque de los Príncipes y el 3-1 a Escocia del 78, donde dejó la duda: ¿había más de un Oblitas en el equipo o es que le sobraban pulmones? La jugada que permite el tiro libre que luego Cubillas hará sello peruano en Mundiales es una jugada de videojuego: pase largo de César Cueto, un poeta prestado al fútbol, y el tren vertical de Oblitas para ganarle a su marcador y ganar una falta. Así fue su gol ante Francia cuatro años después, en esa gira que nos hizo sentir como los Supercampeones.
Una línea final para Cueto, el Poeta de la Zurda: tenía que llamarse César, como Vallejo. Ese parece ser un nombre que define la peruanidad.