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Qué hizo para salir adelante tras la crisis por el encarcelamiento de su esposo y el llamado que hace a las mujeres en su regreso al Marsano
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A Pilar Brescia la gente la saluda por la calle con afecto sincero, como si la conocieran de toda la vida. No es casualidad: nacida en Lima en 1957, Pilar forma parte de la memoria emocional y colectiva de este país desde que, a los 9 años, apareció por primera vez en la televisión en un programa de moda infantil. De esos inicios, en 1968, conserva recuerdos difusos. “En ese tiempo no era muy consciente. Todo era como un juego para mi”, dice con una sonrisa. Después llegarían las tablas, las telenovelas de los años 80. Cuando alguien ha crecido en la pantalla del televisor de tu casa, es difícil no sentir que forma parte de tu propia historia.
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Brescia nos recibe en su camerino del Marsano, minutos antes de una nueva función de “Monólogos de la vagina”. Su vínculo con este teatro miraflorino es profundo. Ella fue parte del elenco de “Aleluya, aleluya”, la primera obra que se montó acá en los años setenta, cuando la actriz tenía 19 años. “Un día me llamaron a mi casa porque Osvaldo Cattone quería entrevistarme. Yo por supuesto que sabía quién era él, desde la telenovela ‘Nino’. Lo encontré hablando por teléfono, con ese acento argentino. De pronto, me preguntó si cantaba y le dije que no. Me fui pensando en cuántas actrices más habría visto”. Pero Cattone le dio el papel. Brescia calcula haber hecho con él entre 30 y 40 obras de teatro. Lo recuerda como un vendaval de entusiasmo y muy bromista. “Siempre hacía un chiste. A todos les decía: ‘Pilar cuando vino acá por primera vez hizo de mi hija, luego hizo de mi pareja y ahora hace de mi abuela’”.
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Pilar no ha vuelto solo a su casa, como llama al Marsano. También ha regresado a la televisión desde el mes pasado, en la telenovela “Pobre novio”. “Estuve muchos años fuera de la tele. Hacía cosas chicas, la mamá de alguien que viene para tres capítulos... Y esto es lo más largo que he hecho, de casi dos meses”. Las cosas han cambiado desde que incursionara en las telenovelas en los años 80, con roles protagónicos en “Páginas de la vida” y luego en “La casa de enfrente”. Recuerda que, por entonces, las novelas se grababan íntegramente en estudio y exigían memorizar largos parlamentos. “Había muchísima letra”, dice. Hoy el ritmo es otro: las escenas son cortas, se filman rápido y, en su mayoría, en locaciones.
Brescia asumía sus papeles con especial valentía. Algunos de los personajes que interpretó potenciaban su legendaria belleza en escenas que, vistas hoy, parecen sutiles, pero en su momento desataron polémica y titulares en prensa. Uno de esos fue en la película “Aventuras prohibidas”, de 1980). “Pero más escándalo causó la miniserie ‘La pensión’. Fue increíble lo que se dijo”, recuerda, aludiendo a una escena en la que un joven espía a su personaje y la roza, apenas cubierta. “Lo de ‘Aventuras...’ era una escena sexual, pero no se veía nada, más que un calzón que cae. Pero claro, en esa época, eso impactaba muchísimo”. Lo que más rescata de esos años es el profesionalismo. “A mí me daba un poco de pudor, claro. Pero he tenido tanta suerte... Siempre trabajé con profesionales de primer nivel: José Carlos Huayhuaca, Lucho Llosa, Cusi Barrio. Todos tus miedos se disipaban en manos de gente así”.

Una chica de Lima que se crío en provincias
Antes de los escenarios y las cámaras, Pilar Brescia pasó su infancia en Tarma. Allí todos se conocían y la cortesía era un gesto cotidiano. Su padre trabajaba en la venta de autos y camiones Ford, y su madre venía de una familia con raíces en la ceja de selva, en Chanchamayo. En medio de esa vida apacible, Pilar empezó a notar cosas que la marcarían: la pobreza de muchas familias, las niñas que no podían estudiar, las trabajadoras del hogar explotadas. “Eso no pasaba en mi casa, pero yo lo veía allá”, recuerda. Aquella mirada temprana sobre la desigualdad sembró en ella una sensibilidad que nunca la ha abandonado, dice.
Como muchos jóvenes criados en los años sesenta, Pilar sintió un entusiasmo por los ideales revolucionarios de la época, aunque con el tiempo hubo desencanto con el militarismo. Aun así, el interés por la política siempre la ha acompañado. En su juventud fue personera del Partido Popular Cristiano (PPC), y más adelante se casó con un político: el excongresista Ernesto ‘Polo’ Gamarra, con quien tuvo tres hijos. El caso que lo involucra es ampliamente conocido: fue sentenciado a pena de cárcel tras la difusión de un video en el que se lo ve recibiendo dinero. Tanto Gamarra como Brescia argumentan vehementemente su inocencia y afirman que todo se trató de una trampa.

Aquel episodio supuso una crisis familiar. Durante esos años, Pilar y sus hijos tuvieron que ingeniárselas para salir adelante. Vendieron panetones, hicieron lo que pudieron. Pero también conocieron el lado más solidario de las personas: hubo vecinos que colaboraron hasta con pan diario para ayudarles a cubrir las necesidades básicas. “Eso nos unió como familia. Ese giro hizo que mis hijos tuvieran una adolescencia que los moldeó para ser las personas que son ahora. No sé si, de haberse criado en la vida burguesa que teníamos, hoy serían los mismos”, reflexiona.
Pilar con los años se hizo consejera en el tema de adicciones pero nunca dejó las tablas. Hoy vuelve a escena con “Monólogos de la vagina”, la obra que estrenó en el Marsano por primera vez en 2001, justo cuando su esposo era condenado y ella se subía al escenario cada noche con una carga emocional enorme. Desde entonces, la obra se ha vuelto parte de su historia. La ha interpretado tantas veces que se la sabe de memoria toda, aunque siente que con la edad, su percepción cambia. Hoy, Pilar ya es abuela de dos nietos, y hay un monólogo en la obra —el del nacimiento de una nieta— que la toca de una forma nueva. “Cuando tienes hijos, claro que es maravilloso. Pero un nieto es la continuidad de tu vida. Es otra cosa”, dice.
Desde ese lugar —el de la actriz, la madre, la abuela— Pilar invita a que la gente vaya al Marsano. “A las mujeres les digo que tenemos que ver esta obra. Tenemos que venir con nuestras amigas y reconocer, y aceptar, que hay una parte de nuestro cuerpo de la que lamentablemente solo se habla cuando ocurre una desgracia, como una violación. Pero si entendiéramos lo importante que es, lo vital que es —como la tierra misma, parte de nosotras— tendríamos otra visión, otras personalidades, y habríamos avanzado mucho más en nuestras luchas”. //
♦◊ “Monólogos de la vagina” es una pieza escrita por la dramaturga V (anteriormente conocida como Eve Ensler). Se estrenó en 1996 y, desde entonces, es un clásico del teatro contemporáneo. Se basa en más de 200 entrevistas que la autora realizó a mujeres de distintas edades sobre sus vivencias relacionadas con la sexualidad y el cuerpo. El elenco lo integran Sonia Oquendo, Sergio Galliani, Camucha Negrete y Pilar Brescia. La obra está en el Teatro Marsano hasta octubre (Av. General Suárez 409, Miraflores) los miércoles, jueves, viernes y sábados a las 8:00 p.m., y los domingos a las 7:00 p.m.

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