Es fácil subestimar al pop femenino cuando se lo analiza desde la perspectiva de una crítica tradicional, que históricamente ha despreciado lo popular y minimizado las expresiones lideradas por mujeres. Salvo contadas excepciones, esta actitud estuvo normalizada por décadas, en las que lo femenino solía ser visto con la habitual sonrisa de medio lado, descalificado como algo trivial o, peor aún, poco “auténtico”. En 2003, la revista Rolling Stone publicó su lista de los 500 mejores discos de todos los tiempos, en la que apenas tres álbumes de mujeres lograron figurar entre los primeros 50 puestos.
Para 2020, la publicación revisó su listado con una perspectiva más representativa, reconociendo, aunque tardíamente, el indudable impacto de las mujeres en la historia de la música popular. Casi al cierre de este 2024, parece que estamos en otra era: esta vez, son las mujeres quienes han revitalizado un ‘mainstream’ paquidérmico, atrapado durante años entre el convaleciente rock, entre los cultores de la retromanía noventera y el tedio repetitivo de la música urbana. Las chicas no solo están liderando, sino que también están definiendo el pulso cultural de esta época.
Ejemplo de ello es la reciente publicación de las estadísticas de Spotify, que esta semana revelaron un hecho interesante: por primera vez desde el 2016, cuando la plataforma empezó a revelar sus datos, ocho mujeres lideraron el top 10 de los discos más escuchados del año. Entre las destacadas figuran las consagradas Taylor Swift, Beyoncé, Billie Eilish, Karol G y Ariana Grande. Pero hay un nombre nuevo que ha irrumpido con fuerza: Sabrina Carpenter. Si hasta el año pasado no sabías quién era la rubia sensación, no había mucho que reprochar. Este 2024, la joven estrella de 25 años y apenas 1.50 m de estatura dio el salto definitivo al reconocimiento masivo con su canción “Espresso”, que se convirtió en la más reproducida del año, según Spotify.
Como muchas estrellas jóvenes del pop que la radio favorece (Britney Spears, Christina Aguilera, Miley Cyrus, Victoria Justice, Olivia Rodrigo), Sabrina Carpenter comenzó su carrera en el canal infantil Disney, donde protagonizó una serie para niños y lanzó cuatro álbumes dirigido al público púber y adolescente. No fue hasta 2021 cuando emprendió un proceso de reinvención salvaje. Cambió de disquera (se fue a Island Records), ajustó su imagen con un nuevo estilista y construyó un personaje tipo cartoon: una suerte de rubia ‘bimbo’ al estilo ‘pin-up’ de los años cincuenta, pero con una lengua sexy y procaz suficiente para asustar a todos los padres de los fans de la antigua Sabrina.
La crudeza del lenguaje en las nuevas cantantes de pop es un tema en si mismo. En otras épocas, las artistas de este tipo no derramaban lisura con tanta proclividad. Hoy, muchas han adoptado con naturalidad un estilo más descarnado, que en otros tiempos habría llevado la advertencia de “letras explícitas”, si es que esas etiquetas aún importaran. Basta recordar que Madonna necesitó varios álbumes antes de atreverse a incluir un “fuck” en sus letras, mientras que Olivia Rodrigo convirtió las palabrotas en un recurso esencial desde su debut Sour (2021) y en su éxito “Driver’s License”, escrito cuando tenía solo 17 años.
Rodrigo, la única del grupo con un gusto desvergonzado por el rock clásico que escuchaban sus padres —desde The White Stripes y The Breeders hasta Billy Joel—, un estilo al que intenta rendir tributo en su música, ha declarado que usa palabras fuertes solo cuando las considera necesarias y efectivas, aunque a veces las suaviza pensando en su madre. Como si se tratara de una competencia, Sabrina Carpenter ha llevado las cosas un paso más allá, incluyendo una sonora mentada de madre (“motherfucker”) como parte del gancho de su número uno de este año, “Please Please Please”.
Otra constante en las nuevas estrellas del pop es la franqueza con la que abordan el tema sexual, como quien comparte confesiones con una amiga. Hace 25 años, a cantantes como Britney Spears o Jessica Simpson las obligaban a decir que eran vírgenes o llevar anillos de pureza, como una condición para avanzar en sus carreras. En contraste, Sabrina Carpenter canta en “Juno” sobre el sexo de manera tan explícita (“I´m so fucking horny”) que podría ruborizar incluso a la Madonna de “Like a Virgin” o “Justify My Love”. Por su parte, Chappell Roan, otra artista que ha tenido un enorme 2024, ofrece en canciones como “Casual” descripciones detalladas de batallas orales en autos a medianoche o en baños, además de escarceos y decepciones en bares gay, en línea con su identidad LGBTIQ+. Billie Eilish hizo lo propio este año con su single “Lunch”.
Naturalmente, estas letras, junto con presentaciones escénicas de gran carga sexual —como las 25 posiciones eróticas recreadas por Carpenter en sus shows, siempre acompañadas de una sonrisa irónica que deja claro que no se toma demasiado en serio—, han despertado inquietud en algunos padres. El asunto evoca el pánico moral que Tipper Gore manifestó en 1985 tras ver a sus hijos escuchando “Darling Nikki”, de Prince. En aquel entonces, la esposa de Al Gore lideró una cruzada para “sanitizar” la música pop, que a su juicio promovía inmoralidades, con resultados que incluyeron la creación de etiquetas de advertencia en los discos. Hoy la señora Gore probablemente no sabría por dónde empezar a levantar su dedo censor frente a una generación que canta abiertamente sobre sus frustraciones sexuales o lo divertido que resulta encamarse con alguien en la era post-epidemia del SIDA.
En álbumes como “Emails I Can’t Send” (2022) y el más reciente “Short and Sweet” (2024), Carpenter ha demostrado gracia para combinar vulnerabilidad y cinismo. Algunos la perciben como una rubia superficial, otros como un ícono de sensualidad, y algunos más como un producto de marketing. Todas estas interpretaciones pueden tener algo de verdad, pero no tocan lo esencial: Sabrina canta, compone melodías y domina el arte del doble sentido y los juegos de palabras. Su música tiene un gancho pop que evoca tanto a la música disco y al country de Dolly Parton como al soft rock de Fleetwood Mac, lo que podría seducir a los oídos menos prejuiciosos. Sus letras, por otro lado, transitan desde lo trivial hasta las cicatrices que le dejó el haber vivido con un padre alcohólico o las complicadas dinámicas de sus encuentros románticos. Para Carpenter, el reto parece estar en atravesar el infierno y sobrevivir, siempre con el peinado y el maquillaje lo más impecable que se pueda.
UNA PRINCESA DRAG
El trono de mejor “nuevo artista” de 2024 solo se lo puede disputar Chappell Roan (26), la cantante de Misuri que se maquilla como ‘drag’ y ha revolucionado con su presencia escénica, su mensaje LGBTIQ+ y una voluntad por ‘shockear’ que recuerda a los inicios de Lady Gaga. Su historia es la de una típica chica criada al interior de una familia religiosa del medioeste gringo, en pleno “Trumplandia”, lesbiana en el closet, que llegó a firmar un contrato discográfico cuando aun estaba en el colegio. Pero esa primera incursión en la música no prosperó. Sus canciones por entonces eran la muestra de ese “género” que la prensa ha bautizado despectivamente como “sad girl pop”, por lo pueril y artificialmente atormentado.
Pronto, Kayleigh Rose, que es su verdadero nombre, se vio expectorada de su sello y debió volver a la casa paterna y a cuestionarse si había tomado el camino correcto. A fuerza de terquedad, decidió insistir, reorientar sus esfuerzos al pop de pista de baile, sin descuidar las baladas, estas vez bañadas de una patina ochentera y disco que funcionó muy bien, gracias al buen hacer de su productor, Daniel Nigro, el responsable del éxito de Olivia Rodrigo. Cuando el presentador de televisión Jimmy Fallon le preguntó cómo se siente haber obtenido reconocimiento mundial en cuestión de meses, Roan respondió: “Se siente como que yo tenía la razón”.
Inspirado en el synth pop de los años ochenta y el pop de autor de su admirada Kate Bush, su disco debut “The Rise and Fall of a Midwest Princess” no tuvo mayor repercusión el 2023, el año de su salida, pero este 2024 su ascenso fue meteórico. Pasó de la relativa oscuridad al estrellato en cuestión de semanas (revise su espectacular presentación en el festival de Lollapalooza 2024, que rompió récord de asistencia con mas de 110 mil asistentes para un acto que no era el principal). Todo esto ha puesto a prueba su equilibrio emocional. Sus encontronazos con la prensa y sus firmes demandas para establecer límites claros con sus fans le han valido una reputación conflictiva, algo injusto para alguien que simplemente aspira a expresarse de manera segura.
La tercera chica superpoderosa de 2024 es la británica Charli XCX, la mayor del grupo (32 años). Conocida inicialmente como una de las principales exponentes del hyperpop —un subgénero que mezcla elementos del pop, la electrónica y la música experimental, caracterizado por un sonido exagerado, fragmentado y a menudo abrasivo—, Charlotte Emma Aitchison (su verdadero nombre) ha consolidado su lugar en el ‘mainstream’ con su aclamado álbum Brat. Este disco, calificado como el mejor reseñado del año según Metacritic —plataforma que promedia críticas de diversos medios—, ha encabezado las listas de las principales publicaciones musicales, lo que reafirma su posición como una de las artistas más influyentes de la actualidad.
En Brat, Charli aborda temas que basculan entre lo introspectivo y lo melancólico, como en la canción “Rewind”, donde confiesa extrañar los días en los que no sobrepensaba su imagen corporal o los tiempos en los que “nunca pensaba en el Billboard”. A pesar de estas reflexiones, el álbum está impregnado de energía y actitud. La revista Time lo describe como “un audaz y ecléctico disco pop que refleja la estética de la era digital”. Por su parte, The Atlantic señala que “personifica un cambio cultural hacia un glamoroso rechazo de la madurez, combinando la asertividad con la irreverencia lúdica”. Según AP News, Brat “captura el hedonismo y la ansiedad de la cultura rave, llevando el pop underground a la corriente principal”. Grandes palabras, sin duda, para lo que deber ser el disco más sobreanalizado del año, similar a lo que sucedió con “Motomami”, de Rosalía, el 2022.
Al final, Brat es, en palabras de Charli, un álbum para “las chicas que les gusta salir de fiesta, sudar e irse de rave”. También es una ventana a su mundo interior, cuando las luces se apagan y se enfrenta a la soledad de sus pensamientos frente al espejo. //
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