Olvidémonos un rato del DeLorean que viaja en el tiempo, del capacitador de flujo, de Ronald Reagan y los “terroristas libios”, los inventos del Doc Brown, el humor y toda la parafernalia de relojería suiza que es el guión de Volver al Futuro. Tales cosas fueron asombrosas en su tiempo y con toda justicia poblaron las fantasías de muchos, pero apenas eran el barniz que decoraba algo mayor, más grande; el verdadero motivo de por qué la historia de Robert Zemeckis y Bob Gale cautivó a una generación. Y lo sigue haciendo desde el lejano día de su estreno, un 3 de julio de 1985, hace 35 años.
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El gancho emocional que lanzó el director Robert Zemeckis para atrapar la imaginación de millones fue de un orden menos futurista y más terrenal. Su estrategia fue decirle a esa juventud atolondrada y palomitera de los años ochenta, invulnerable como toda promoción que se abre a la libertad de vivir, algo que quizá no se habían planteado por el complejo de Adán que acompaña los años mozos: “Oigan, el mundo no se creó el día que nacieron. Sus padres fueron adolescentes también; no eran seres ejemplares, no estaban amargados y tenían las mismas preocupaciones que ustedes. ¿Quieren que se los muestre?”.
Para Marty McFly (Michael J. Fox), el chico que viaja a 1955 en un auto que consume plutonio en vez de gasolina, ver a sus padres de jóvenes y, sobre todo, portándose como jóvenes, con todas las indulgencias de la adolescencia, con la ternura de su inexperiencia, es demasiado. Le causa tanto o más desconcierto que si se topase con extraterrestres en pleno mediodía. Su cerebro no lo procesa del todo como bien lo expresa su rostro. Los padres nunca son como uno, se supone. Ellos son los que tienen la vida resuelta. Algo no encaja.
Viajar en el tiempo y descubrir quiénes son en verdad tus padres. Esa es una premisa que valía millones para un guión de comedia pero muchos no lo vieron así. La idea se le ocurrió al productor y guionista Bob Gale un día mientras revisaba viejos libros en casa de sus padres. Encontró un viejo anuario de colegio con fotos de su papá y su mamá; de esos retratos en los que se mira hacia un lado, como quien piensa el futuro, precisamente. De pronto todo le pareció bastante extraño. ¿Quiénes eran en verdad esos chiquillos que miraban hacia el horizonte? ¿Qué era lo que pensaban mientras les tomaban esas fotos? ¿Por qué se veían tan despreocupados y distintos a los seres humanos serios y adultos que lo criaron?
Gale pensó que si hubiera coincidido con su padre en el colegio, que era chanconazo y presidente del salón, posiblemente le habría hecho bullying. Más adelante, cuando ya conversaba con Bob Zemeckis del tema y soltaban ideas cada vez más alocadas para un primer borrador, se les ocurrió pensar cómo sería el shock de descubrir que nuestra propia madre fue “la chica fácil” de la escuela.
El terror a la sexualidad femenina no es algo nuevo en el cine pero, al menos esta vez, fue usado solo como pasaporte para la comedia. Se les ocurrió, en medio del salvaje brainstorming, trazar el enredo de un posible enamoramiento de parte de Lorraine Baines (Lea Thompson) hacia su hijo venido del futuro, una filiación que ella desde luego desconocía. En la historia, la asertividad de ella y sus avances -no correspondidos, obviamente- no dejan de causar impacto en el cada vez más confundido Marty. Una sensación similar sufre al comprobar la nulidad que es su padre con las mujeres así como sus parafilias de mirón.
El proyecto de Volver al Futuro prometía ser revolucionario pero para realizarlo tendrían que convencer primero al público mas conservador del mundo: los productores que dan la luz verde con el billete y que siempre juegan a lo seguro. Apenas se puede uno imaginar la cara de asombro de tantos mandamases de Hollywood cuando Zemeckis y Gale se reunían con ellos para contarles la trama, en busca de financiación. Las películas sobre viajes en el tiempo no habían sido nada taquilleras en el pasado y eso les desanimaba, ciertamente. Pero ese era el menor de los problemas que veían con el relato.
Una de las puertas que tocaron fue la de Disney, quienes los escucharon en una reunión breve, con rostros que apenas disimulaba pavor. “¡Somos Disney y su película insinúa incesto!”, han recordado que les dijeron en el documental Back in Time, que cuenta toda la historia de cómo se logró la película. El balance que los dos Bob encontraron para contar esa parte de la trama sin apenas molestar dice mucho de las horas de trabajo que pusieran en dar con el tono correcto.
Para Volver a Futuro se tomaron todas las decisiones posibles a fin de lograr un trabajo sin fallas. La más difícil y radical de estas medidas creativas fue el comentado remplazo de su actor protagonista a un mes de iniciado el rodaje. Despidieron a un talentoso actor de método como Eric Stoltz, de muchos recursos pero que no cuajaba dentro del tono de comedia -y encima se hizo odiar por sus compañeros-, y trajeron a Michael J. Fox, una estrella de la televisión en ascenso, para que salve el proyecto. Y lo hizo.
Volver al Futuro nunca se hubiese realizado sin el decisivo apoyo de Steven Spielberg, amigo de Zemeckis, quien entendió a la primera el verdadero corazón de esta historia disfrazada en una aventura de paradojas temporales. Como sugiere la relación de amistad entre el adolescente Marty McFly y el veterano científico Emmet Brown (Christopher Lloyd), es perfectamente posible un entendimiento sincero entre diferentes generaciones basado en la empatía y sin esa desconfianza habitual. Es posible también que padres e hijos dejen ser unos desconocidos si conversan más y hacen el esfuerzo de intercambiar zapatos de vez en cuando.
Volver al Futuro de 1985 marcó el inicio de una trilogía que le cambió la cara a la ciencia ficción. Probó que las películas de viajes en el tiempo podían ser menos ingenuas o de nicho si trascendían todo el tema del imposible científico e iban más allá: al corazón humano de todas las grandes historias. Zemeckis y Gale concibieron los siguientes guiones de Volver al Futuro 2 y Volver al Futuro 3 para que se reflejen entre ellos y fuesen espejos temáticos, con un cuidado en cada detalle que asombra. Una frase soltada en una película se convierte en una escena de la siguiente y así. Es verdad que la segunda tuvo notorios problemas de ritmo y que la tercera quizá llegó demasiado tarde. Como conjunto, funcionan como engranajes de una máquina que sigue en marcha, y bien aceitada, a pesar del todo el tiempo transcurrido. //