La peste bubónica llegó al Perú en abril de 1903. Aquella temible epidemia, que siglos atrás había acabado con casi la mitad de la población europea, alcanzaba ahora al molino Milne, ubicado en el puerto del Callao.
Al inicio, cuando la infección cobró su primera víctima, nadie prestó atención a la extraña hinchazón del cuerpo del fallecido, ni tampoco relacionaron su muerte con el hedor de las abundantes ratas que yacían inertes en el suelo del local chalaco.
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Solo unos días después, cuando 10 de los 70 trabajadores del molino enfermaron de un mal desconocido, empezó la alarma. Los contagiados tenían la lengua seca, los ojos hinchados, fiebre alta y les salieron bubones, bultos del tamaño del huevo de una paloma, en el cuello, la axila e ingle.
Desde ese momento, y por varias décadas, la epidemia se extendería a lo largo del país y llegaría a la costa, sierra y selva, matando a unas 10.000 personas en 27 años. Y si bien el origen del mal fue atribuido a la embarcación “Serapis”, procedente de Bangok, Tailandia, los verdaderos causantes de que la infección se propague por todas partes fueron las pésimas condiciones de salubridad de las ciudades y, por consiguiente, las ratas.
Según el portal web de la clínica Mayo, la peste bubónica es una infección bacteriana grave causada por la bacteria Yersinia pestis, que habita en roedores como las ratas. Comúnmente, los focos endémicos se encuentran en zonas rurales y semirurales de África, Asia y Estados Unidos.
La enfermedad se transmite a los humanos mediante las mordeduras de las pulgas que se alimentaron de roedores infectados. En casos excepcionales, la afección se puede contraer al manipular un animal infectado.
Los síntomas incluyen la aparición repentina de fiebre y escalofríos, dolor de cabeza, fatiga o dolores musculares. Pero los signos más característicos del mal son los bubones, que se generan al inflamarse los ganglios linfáticos.
Los bubones aparecen, a más tardar, a la semana de sufrir la picadura de una pulga infectada. Salen principalmente en la ingle, las axilas y el cuello, y causan dolor si se palpan.
Existen otros dos tipos de peste causadas por la bacteria Yersinia pestis, la septicémica y neumónica. La primera ocurre cuando la infección se propaga directamente a través del torrente sanguíneo sin evidencia de bubón. La neumónica, por otro lado, es la más virulenta, aunque también es la menos común. Se puede transmitir de persona a persona a través de microgotas diseminadas con la tos. Los signos y síntomas aparecen a las pocas horas de la infección y pueden incluir tos con sangre, dificultad para respirar, náuseas y vómitos, fiebre alta, dolores de cabeza y debilidad.
Este último tipo de peste avanza con rapidez y puede causar insuficiencia respiratoria y shock dentro de los dos días de la infección. Si no se inicia el tratamiento con antibióticos un día después de la aparición de los signos y síntomas, es posible que la infección sea mortal.
En la actualidad, la infección está controlada. Para su tratamiento se utilizan potentes antibióticos como entamicina, dioxicilina,ciprofloxacina o evofloxacina.
El presente relato está basado en el libro “El regreso de las epidemias: Salud y sociedad en el Perú del siglo XX”, de Marcos Cueto, donde se describe con gran detalle cómo se vivó esa crisis de salud pública en el país.
En aquel tiempo Lima poseía un precario sistema de desagüe. La mayoría de calles tenían acequias abiertas por donde fluían los desperdicios de casi 140.000 habitantes. Además, las viviendas tenían silos poco profundos, que se convertían en magníficos criaderos para las ratas.
Casi todas las casas eran nichos ideales para cobijar al germen de la peste. Fabricadas principalmente de quincha, las edificaciones se caracterizaban por contar con paredes huecas, que servían de refugio ideal para los roedores, portadores de la bacteria. Ni siquiera las mejores casas de la ciudad eran de concreto, lo que hubiera evitado que los animales se resguarden en ellas.
A esto hay que agregar el hacinamiento de las familias pobres en casonas viejas, las cuales empezaron a subdividirse en muchos espacios para poder alojar el mayor número de inquilinos y proporcionarle más ganancias a sus propietarios.
Estos espacios medían de dos a tres metros cuadrados, eran muy oscuros, húmedos y a veces acogían hasta a seis personas. En ellos, las familias dormían, comían y satisfacían toda clase de necesidades. Pero entre todo el desorden y suciedad también se cobijaban las ratas.
Otro problema era el de los callejones. Testimonios periodísticos de la época narraban cómo enormes ratas casi domesticadas vivían en intimidad con los chicos del vecindario.
Las cosas no estaban mejor en el interior del país. La infección se expandió de ciudad en ciudad por medio de los puertos y por el transporte de piojos contaminados en las mercaderías que llevaban los arrieros que cubrían la ruta comercial entre la costa y la sierra.
El inicio de la peste generó pánico entre la población, de tal forma que cualquier muerte súbita era atribuida a la enfermedad. No obstante, mayor preocupación causó la noticia de que los buques del Callao no serían recibidos en ningún puerto del mundo y que los buques extranjeros no vendrían al Perú para evitar el contagio. El anuncio provocó el alza de los precios de una variedad de productos, incluido los de primera necesidad; además, subieron los costos de los pasajes, el correo y los fletes.
Todo esto no solo afectó a la economía de la población, sino también a la del Estado que, solo entonces -y ante el inminente aumento de casos de peste bubónica-, tomó cartas en el asunto. El resultado fue la creación de tres instituciones nuevas: el Instituto Municipal de Higiene, la Dirección de Salubridad Pública y la Junta Directiva de la Campaña contra la Peste Bubónica de la Provincia de Lima. De estas, fue la Junta la que alcanzó mayor notoriedad durante la epidemia.
Hasta aquel momento, por tradición, la salud siempre se había visto como un asunto privado, concerniente al hogar, por lo que los médicos tenían muy poca influencia en las políticas públicas. Pero dada la coyuntura, esa situación tuvo que cambiar drásticamente. Así, la creación de las instituciones encargadas de velar por la salud social implicó también tomar medidas que muchas veces fueron consideradas extremas. Por ejemplo, se clausuraron temporalmente templos, colegios, circos y lugares donde hubiera aglomeración de personas. Se creó una especie de policía de salubridad que se dedicó a la caza de roedores, identificar enfermos y cremar cadáveres. Además, la municipalidad incentivó la cooperación de la población al ofrecer cinco soles por cada rata capturada y una cantidad parecida por la denuncia de un enfermo de peste. También se prohibió la crianza de aves domésticas, perros, cuyes, conejos y gatos por el temor a que difundiesen la enfermedad. Estas restricciones fueron rezagos de ideas médicas ya superadas, pues entonces ya se sabía que, además de la rata, no existía otro animal que fuese un reservorio de peste.
Pero, sin duda, fue el trato que recibieron los enfermos lo que causó más rechazo y polémica. A estos se los sacaba de sus viviendas y se los trasladaba en carruajes de zinc hacia lazaretos, lugares apartados donde se recluía a los infectados para tratarlos y evitar el contagio.
Una vez dentro, los enfermos debían tomar purgantes y seguir rigurosas dietas y tratamientos a base de plantas medicinales que terminaban ocasionando en varios de ellos debilidad y otras enfermedades, como la tuberculosis.
Esta situación causó en la población temor y rechazo hacia las autoridades. Muchas veces las familias escondían a sus enfermos para que no se los llevaran; sin embargo, muchas veces también, los propios familiares y vecinos eran acusados de contagio y se los aislaba.
Por otro lado, gran parte de la población desconfiaba de los avances de la medicina. Incluso algunos doctores dudaban de que los microbios realmente produjesen enfermedades. Y aunque existía un suero contra la peste, su eficacia era muy limitada: solo funcionaba si se administraba dentro de los cinco primeros días desde el contagio.
Como la mayoría de casos de peste bubónica provenían de barrios pobres, debido a las malas condiciones higiénicas ya explicadas, se consideró un mal típico de los estratos bajos. El mismo apodo despectivo con el que se denominaban a quienes contraían el germen, “pestosos” o “apestados”, denotaba la visión clasista de la época.
Por eso, era normal que las familias de mayores recursos negaran o escondieran a sus enfermos de peste, pues el mal era motivo de vergüenza.
La adopción de otras medidas que segregaban a sectores populares reveló los prejuicios raciales que existían en el país. Una manifestación de este racismo fue el atribuir la culpa de la epidemia a los chinos, que habían llegado con el auge del guano. En Lima, la policía siempre sospechaba que encontraría casos de peste en la vivienda de los chinos y en sus tiendas.
En total, entre 1903 y 1930 hubo casi 20.000 casos de peste bubónica, de los cuales fallecieron el 50% de ellos. Los métodos que se usaron en esos años poco hicieron realmente para acabar con el problema, y no fue sino hasta 1930 que las cosas cambiaron para bien.
Ese año, se inició una decidida campaña para eliminar la epidemia del país. La iniciativa estuvo a cargo de la Oficina Sanitaria Panamericana, la cual envió a un equipo de médicos estadounidenses para crear el Servicio Nacional Antipestoso, organización que se encargó de entrenar al personal especializado y organizar la producción y distribución de trampas y venenos para las ratas. A la par, fue vital para reducir los casos de peste bubónica, la modernización del país y las mejoras ambientales y sanitarias logradas por el régimen de Leguía, que ordenaron las ciudades y las hicieron menos asequibles para las ratas.
En la actualidad, la peste bubónica está controlada a nivel global. La modernización de las ciudades, las mejoras sanitarias y el avance de la medicina fueron factores claves para evitar la propagación; sin embargo, aún se registran unos pocos casos, sobre todo, en las zonas rurales. En Perú, el último caso conocido tuvo lugar en Lambayeque en 2018. En aquella ocasión, Pedro Cruzado, entonces Gerente Regional de Salud, dijo que algunos distritos de la provincia son considerados endémicos pues hay antecedentes de la enfermedad.
“La bacteria circula pero en animales silvestres, por lo que amerita un manejo especial para combatirla. Allí no se puede fumigar porque son campos, el tratamiento es otro”, indicó
El verdadero legado de la epidemia de peste bubónica en Perú fue que modificó las actitudes del Estado, los médicos y parte de la población hacia la salud pública.
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